Zaragoza
Sublevación en Jaca
El Pacto de San Sebastián, celebrado el 17 de agosto de 1930, marcó el inicio de una carrera que finalizaría ocho meses más tarde, el 14 de abril de 1931, cuando se proclamaba en España la segunda República.
Los dirigentes de las diversas tendencias antimonárquicas –Lerroux, Azaña, Alcalá-Zamora, Maura– llegaron a un acuerdo para planificar un futuro gobierno de carácter republicano junto a los socialistas del PSOE.
En el mismo mes de agosto se organizaban dos comités revolucionarios, uno de carácter civil y otro otro militar, a cuyo frente estaban, respectivamente, Niceto Alcalá-Zamora y el general Gonzalo Queipo de Llano. De este último formaban parte muchos militares de distintas graduaciones, enemistados por diversas razones con la dictadura, con el dictador y, por encima de todo, con la monarquía alfonsina.
Terminaba 1930 con las sublevaciones republicanas de Jaca y Cuatro Vientos, verdaderas intentonas gol- pistas contra la monarquía y el poder legalmente constituido, promovidas por los comités revolucionarios. Era obvio que no estaba en el ánimo de dichos comités proponer democrática y pacíficamente la República sino que el método para alcanzar la caída de la monarquía habría de ser por la fuerza de las armas.
Cuatro meses más tarde, tras el abandono del monarca, se proclamaría la República en España. Era la segunda vez en la historia que sucedía. Sólo duraría cinco años, tres meses y cuatro días.
El capitán Galán
Uno de los más fervientes revolucionarios, dispuesto a instaurar la República por la fuerza de las armas, era el capitán de Infantería Fermín Galán Rodríguez. Su carácter rebelde e impulsivo le había llevado, años atrás, a luchar como un jabato en África, y su intervención personal en un combate le hizo considerarse acreedor de la Laureada, la más preciada condecoración española.
La superioridad no estimó méritos suficientes y la concesión fue desestimada. El entonces joven teniente, considerando injusta tal negativa, se declaró enemigo del régimen, lo que le llevó a participar en la «Sanjuanada». Fue detenido y encarcelado, y más tarde, tras la caída de Primo de Rivera, amnistiado por el gobierno del general Berenguer.
Al salir de prisión solicitó la revisión de la concesión de su Laureada, caso que zanjó el Consejo Supremo de Guerra y Marina, que volvió a desestimar la petición. Fermín Galán ya había tomado la senda de la conspiración y nada le detendría.
A mediados de noviembre de 1930, un mes antes de su levantamiento, Galán acudía a la Logia «Ibérica», de Madrid, donde leyó su juramento, que según narra el socialista Juan Simeón Vidarte, en sus memorias, fue el siguiente:«Juro solemnemente ante el Gran Arquitecto del Universo y ante vosotros, mis hermanos, que el día que reciba las órdenes del Comité Revolucionario, proclamaré la República en Jaca y lucharé por ella aunque me cueste la vida...».
Avance sobre Huesca
Galán estaba destinado en el Regimiento de Infantería «Galicia» nº 19 y contó para sus planes con la colaboración de los también capitanes Ángel García Hernández, jefe de la compañía de ametralladoras de su regimiento, Salvador Sediles y Miguel Gallo, del Batallón de Cazadores de Montaña «La Palma» nº 8 y del artillero Luis Salinas, así como la de diversos oficiales, suboficiales y tropa.
Impaciente y temeroso de que la climatología dificultara el movimiento de las tropas, Galán decidió pasar a la acción el 12 de diciembre, viernes, día de mercado, por lo que podría requisar suficientes camiones para llegar a Huesca con sus hombres. Pero el «Comité revolucionario», conociendo la decisión de Galán de sublevarse ese día, y previendo un rotundo fracaso, comisionó al político galleguista Santiago Casares Quiroga, al periodista Antonio Graco Marsá, a Luis Lumpuy y al dotor Pastoriza para advertirle y ordenarle posponer el levantamiento. Curiosamente, los enviados no cumplieron el encargo y se fueron a dormir al hostal sin visitar al capitán golpista la noche anterior a la sublevación.
Al alba del 12, la guarnición de Jaca se alzaba en armas contra el Gobierno legal español, tomando la ciudad con cierta violencia y algunos muertos, encerrando a los militares desafectos y proclamando la República. El bando que Galán ordenó colgar en las calles no dejaba lugar a dudas: «Artículo único: aquel que se oponga de palabra o por escrito, que conspire o haga armas contra la República naciente será fusilado sin formación de causa».
Los sublevados prepararon la marcha sobre Ayerbe para avanzar luego sobre Huesca, organizando dos columnas; una iría por carretera con los camiones requisados, a las órdenes de Galán, y la otra por ferrocarril, al mando de Sediles. La demora en la requisa de camiones y en la organización de los alzados para su marcha les hizo perder casi media jornada, un tiempo que sería vital para marcar el signo de la sublevación.
El Capitán General de la V Región Militar (Zaragoza), teniente general Fernández Heredia, envió dos columnas, una de Huesca y otra de Zaragoza, con el fin de impedir a los sublevados su entrada en la capital oscense. Al atardecer del mismo día 12 se reunían ambas, junto a la artillería, en las lomas de Cillas, a tres kilómetros de Huesca.
Tras el corte de la vía férrea a la entrada de Riglos, la columna del capitán Sediles tuvo que continuar su marcha a pie, manteniendo un violento tiroteo a orillas del río Gállego con una avanzadilla formada por guardias civiles, al mando del general Las Heras, Gobernador Militar de Huesca, quien resultó herido de gravedad, falleciendo días después.
Cuando se unieron ambas columnas, ya de madrugada, reanudaron su marcha sobre Huesca, aunque en los alrededores del Santuario de Cillas se produjo el choque con las tropas enviadas por el Gobierno, al mando del general Dolla. Tras unos minutos de tiroteo, y una vez la artillería hizo varios disparos, los rebeldes se desbandaron con dirección a Ayerbe. Poco después, Galán y dos de sus oficiales se entregaban al alcalde de Biscarrués.
madrugada del 12 al 13 de diciembre, los oficiales cabecillas de los insurrectos fueron juzgados en Consejo de Guerra sumarísimo, que condenó a muerte a los capitanes Galán y García Hernández. El 14, domingo, a las dos de la tarde, los condenados fueron fusilados en el polvorín de Fornillos, en Huesca. El propio Galán dio la orden de fuego al pelotón de ejecución. Esa mañana, la mayoría de los integrantes del Comité revolucionario fueron detenidos e ingresaron en la Cárcel Modelo de Madrid.
Ambiciones
«El éxito de la rebelión de Jaca es probable que hubiese traído la República; pero de lo que no cabe la menor duda es de que ésta hubiera tenido que luchar en primer término contra el capitán Galán, hombre poco propicio, por su arrojo y ambiciones, a dejarse arrebatar el primer puesto en el nuevo régimen...» «...En realidad no se concibe cómo un hombre que sabía algo de guerra y de las dificultades para mover tropas, pudo lanzarse a una empresa tan descabellada. (...) En tales condiciones, la aventura sólo podía durar hasta el momento de enfrentarse con el primer destacamento de tropas regulares. Y así sucedió...»,
Emilio MOLA
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