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Transmitir la fe

La Razón
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No se trata de enfrentar a creyentes y no creyentes. Pero o abrimos nuevos espacios a la fe, o su debilidad irá en aumento en un país como el nuestro, que ha roto su tradición cristiana, para instalarse en un proceso deshumanizador. Cada día somos más duros; más excluyentes, se diga lo que se diga. «Ha sido mi fe la que me ha llevado a lo largo de mi vida a mantener unas relaciones muy compasivas con los otros hombres», reconocía Balthous al final de sus días. «¿Será por ser un fervoroso creyente por lo que la compasión me parece la más hermosa de las virtudes?», se preguntaba el celebrado pintor, quien aseguraba que «compadecer es padecer con los otros, pero también oírlos, escucharlos, comprenderlos». Es un profundo error pensar que la fe es algo privado, sin repercusión alguna en la vida cotidiana. La fe es mucho más que una moral. Encierra valores que dignifican la existencia humana. Por eso los padres tienen el derecho y la obligación fundamental de educar a sus hijos en la fe. No se trata de una gran idea, sino de un tesoro que abre un horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva de la misma hacia la verdadera solidaridad. No nos engañemos: nada contribuye más a la convivencia y a la paz que una fe fundada en el amor y abierta al don de la vida. Es antihumano que nuestros hijos y nietos crezcan en un mundo prácticamente ateo. Y no tendremos perdón de Dios si así lo consentimos.