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Hijo único pero no aislado

Crecer sin hermanos tiene sus pros y sus contras. Para evitar que algunos inconvenientes (no tener con quien jugar, un exceso de atención de los padres...) pasen factura a la personalidad del niño, los padres deben darles una alternativa a lo que les aportaría una familia más numerosa.

La única verdad indiscutible sobre los hijos únicos es que pueden sufrir un exceso de protección de sus padres
La única verdad indiscutible sobre los hijos únicos es que pueden sufrir un exceso de protección de sus padreslarazon

Conviven con el sambenito de «mimados», pero no tiene por qué ser cierto. Lo que sí es verdad es que una infancia en solitario marca e imprime un determinado carácter. Hay muchos rasgos que se observan de forma reincidente en chicos que no han tenido hermanos. No todos son negativos y los que sí lo son, está en manos de los padres cambiarlos con la mejor herramienta que tienen a su alcance: la educación. «Hay muchos tópicos en torno a los hijos únicos que hay que romper. Su desarrollo depende de la formación de los padres a la hora de transmitir los valores y de facilitarles la socialización», cuenta la socióloga Myriam Fernández Nevado, miembro fundador del grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia del Colegio de Sociólogos.Dicho esto, los hijos únicos no tienen por qué ser mimados, ni tiranos, ni más proclives al divorcio, ni obsesionados por formar familias numerosas... y son los padres los que pueden ayudarlos a suplir la ausencia de hermanos.La familia con un solo niño empezó a proliferar en España a finales de los años 80. Sin embargo, no existen estudios españoles sobre la personalidad de los hijos únicos. Sí los hay estadounidenses y también de China, un país que ya tiene una generación entera de un único hijo por la política de natalidad del régimen. De estos trabajos científicos se extraen conclusiones como que los niños sin hermanos son tan sociables como los que se crían en familias más extensas y que, además, sacan mejores notas. Para este último rasgo la socióloga apunta dos explicaciones: «Tienen mayor concentración y son más competitivos, porque los padres focalizan todo sobre ellos y les exigen mucho más».La impronta de ser hijo único se suele traducir en la edad adulta en un mayor éxito social, motivado por una mayor competitividad y exigencia. Dos tipos de chicos¿Y cómo es la personalidad típica de un hijo único? El psiquiatra infanto-juvenil José Gimillo, del Hospital Quirón de Madrid, explica que hay básicamente dos tipos: el hiperadaptado (o «yuppie») y el que muestra cierta desadaptación (o «rebelde»).La personalidad «yuppie» se detecta porque al llegar a la adolescencia no hay crisis. «Estos chicos aceptan valores sociales convencionales. Se adaptan y asumen las reglas. No presentan ningún conflicto en su relación con sus padres o con la sociedad», resume Gimillo.Los chicos «yuppies» siguen al pie de la letra lo que creen que se espera de ellos: buscan pareja y un trabajo seguro, compran piso y se casan.Por su parte, los rebeldes empiezan a presentar problemas en su adolescencia. Tratan de salirse de esa tríada familiar en la que han vivido y lo hacen mediante el enfrentamiento continuo: desobedecen, sacan malas notas, se van de casa o consumen droga.Pero no siempre la primera personalidad es la mejor. «El rebelde es un niño capaz de comprar su propio camino. El ‘‘yuppie'' denota una debilidad. Cuando un chico no tiene una crisis de adolescencia, mala señal», dice el psiquiatra.Repasadas las personalidades propias del hijo único, los expertos insisten en que el niño sin hermanos no tienen por qué responder a uno de estos tipos problemáticos. El secreto está en su socialización. Para ello es esencial que no siempre esté rodeado de personas adultas. Los niños tienen que pasar tiempo con otros niños y jugar con ellos. «Con el juego adquieren herramientas que los ayudan a conseguir autoestima y madurez», explica la socióloga.«Al hijo único le cuesta más aprender a compartir, la generosidad, la entrega, la solidaridad... virtudes que se aprenden jugando con otros niños», ahonda Eduardo Hertfelder, del Instituto de Política Familiar (IPF).Un tópico que sí es ciertoPero de todos los tópicos hay uno que permanece: están excesivamente protegidos. «El adulto peca de exceso de protección, probablemente porque no tiene otros frentes donde fijar su atención», dice la socióloga. El problema surge en los niños que no tienen una red de apoyo fuera del núcleo padre-madre-hijo porque «adquieren un comportamiento adulto demasiado pronto y se llenan de dudas y desánimos que no son propias de la infancia», comenta la socióloga.En algunos casos los problemas llegan a requerir una consulta profesional. Los desencadenantes que los propician se repiten: «A los varones les duele mucho la falta de tiempo con la figura de la madre en la etapa preadolescente, desde los 10 a los 15 años; las niñas, sin embargo, suplen el tiempo de otra manera y se comunican y entretienen más con otras niñas de su edad».Tenga uno o más vástagos, aplique este consejo de Hertfelder: «Tener un hijo significa educarlo como persona en rectitud, entrega, sacrificio. Se es persona por lo que se es, no por lo que se tiene».

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