Actualidad

Vivir dentro y fuera del mundo por Francisco Nieva

La Razón
La RazónLa Razón

La «cosa política» se ha vuelto tan problemática que, para un artículo de opinión, uno no sabe qué opinar, se queda en blanco. Se cree necesario retirarse a un monasterio tibetano y meditar durante una semana. Pero tengo noticias de otro mundo, que no sufre ninguna opresión moral y en el que sus individuos tienen la vida resuelta, pero resuelta por ellos mismos, mejor o peor. La «gente de viso», intelectuales, artistas, millonarios, famosos y también esnobs. Pienso que sólo tenemos al alcance dos métodos de evasión para combatir u olvidar la desastrosa realidad. O nos dejamos domar conformes con «lo correcto» o nos trasladamos a ese mundo, en donde ninguna crisis se produce, porque el capital es todo imaginario, de valores abstractos que suben o bajan en la opinión de su clientela.

Digo todo esto porque he leído una nota necrológica sobre Pepe Carleton, que, así como Emilio Sanz de Soto, podría representar el brillante, novelesco y apasionante cosmopolitismo de Tánger en su época dorada. Allí y en aquel momento se dieron cita muchos demonios del talento, el dinero, la extravagancia y el más sofisticado hedonismo. La fecha comienza a ser remota, pero «la movida» de aquel Tánger, del que Carleton era representación y memoria, es todo un despliegue de estrellas que placen y se complacen en la misma salsa.

Cocteau, el duque de Windsor, Truman Capote, Tennessee Williams, Paul Bowles o su loca mujer, Jane, siempre estaban en boca de Carleton, como amigos de confianza. Nada más demostrativo que la cantidad de dibujos que Cocteau le fue regalando mientras conversaban. Digo mientras conversaban, porque Carleton era un chico de mundo, elegante, brillante, chistoso y distinguidamente chismoso. Que es lo que hay que ser en ese mundo, para trazarse una vida digna entre «la crème de la crème».
Cuando se trasladó a Marbella, también encabezó a la elite de ricos, de famosos y de talentosos que también se dieron cita allí. Marbella no llegaba a la altura de ese Tánger histórico, cuyo latido aventurero parece sugerirnos la mítica película «Marruecos». Marbella tampoco fue moco de pavo hasta que llegó Jesús Gil, repartiendo un perfume barato, que para el olfato de Carleton era nauseabundo. ¡Bye, bye, Carleton!

 

Francisco Nieva
De la Real Academia Española