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El ejemplo alemán

La Razón
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Ahora que ya sabemos que a los españoles no nos dejan entrar en los estadios de Suráfrica si no vamos vestidos de toreros o con un delantal de volantes, es momento de repasar los tópicos que, disfrazados de guardias civiles con bigotón, establecimos para los alemanes hace años como vacuna contra el sonrojo patrio. Según reza en el «Sagrado tratado de la poca gracia», los germanos son altos, rubios, gordos, cuadriculados, hablan un idioma incomprensible, comen salchichas compulsivamente y beben cerveza caliente.Sin cerveza no paran de currar y se dividen entre antipáticos y un poco brutitos. Desde que comenzamos a viajar, la verdad, se nos han ido desdibujando casi todos, aunque estos días de fútbol y rivalidades hemos rescatado del baúl del mal gusto algunos mensajitos bochornosos haciendo leña del árbol caído o por caer. Tampoco crean que los medios estamos quedando por encima de la media: no hay más que recordar el vídeo de la niña paraguaya para querer meter la cabeza en un cubo y borrarse para siempre del mapa. El caso es que Alemania cayó eliminada ante España y, cuestiones tácticas y técnicas aparte, esta gente dio una lección de señorío y de buen perder que debiera enseñarse en las escuelas a los niños. No sólo es que apenas hubo faltas, es que no hubo ni una sola tarjeta. Con un gol en contra y pasando los minutos, siguieron apostando por la nobleza y el «fair play», y lo mismo hicieron en sus declaraciones posteriores. Por eso fue un gusto ver cómo los nuestros reprimían por un instante su alegría para saludar a tan dignos contrincantes. Alemania juega por la tercera plaza y nuestros caminos se han separado, aunque algunos pensamos que esa manera de caer también nos hace un poco suyos. Un placer, señores.