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Julia Martínez: «Mi carrera ha terminado y no siento nostalgia» por Amilibia

Julia Martínez: «Mi carrera ha terminado y no siento nostalgia»; por Amilibia
Julia Martínez: «Mi carrera ha terminado y no siento nostalgia»; por Amilibialarazon

Pese a los velos con que se protege en la entrevista, se intuye tras ellos una mujer práctica: hace tiempo que dejó el teatro y el cine, pero ella sigue memorizando páginas de los libros que le gustan simplemente porque es un buen ejercicio para el cerebro, o sea, que en lugar de dar vueltas a un parque hace «footing» neuronal en el sofá de su casa. Le apasiona la política, pero no habla de ella en las entrevistas, y ahí creo adivinar el viejo tic de los actores de antes: no decir si eres de izquierdas o derechas, del Atlético de Madrid o del Real Madrid, para en ningún caso perder a los espectadores de uno u otro signo, o de uno u otro equipo.
–Su gran éxito popular fue «La casa de los Martínez»...
–Estuvimos en el aire desde el 67 al 71, y yo creo que tuvo tanto éxito porque era muy familiar, muy sencilla. La hacíamos casi en directo, no había tiempo para memorizar los guiones. Y la fórmula se repetía: sonaba el timbre, recibíamos al invitado, charlábamos, le entregábamos la llave de la casa...
–Y de repente aparecía Tip disfrazado, extravagante.
–Sí. Llevaba un periódico en la mano y, dentro sus páginas, el guión, que le hacía muy poca falta, la verdad. No sé si hoy tendría éxito una serie así, creo que los gustos van por otro lado.
–Ve las series de hoy. ¿En cuál le gustaría trabajar?
–En ninguna. Estoy mentalizada: mi carrera ha terminado. Ahora se hace todo muy deprisa y yo ya no estoy para esas velocidades. Ya prefiero ver teatro que hacer teatro, ver cine que hacer cine, ver series que hacer series. Ya tengo 80 años.
Siempre queda, cómo no, un punto de coquetería, y cuando le digo que se conserva muy bien (y no es sólo un cumplido) sonríe con dulzura y me mira como si quisiera ver en mí el tiempo que ha pasado por ella. Su marido, Ricardo Garrido, murió en el 72 y desde entonces vive sola. «Nunca he echado de menos a otro hombre», dice rotunda, poniendo un rápido punto final al asunto. No es timidez, es reserva. Las entrevistas la turban, la inquietan, me lo ha dicho más de una vez. Le puede quitar el sueño lo que ha dicho o lo que ha dejado de decir, cómo la reflejen, lo que se pueda ver detrás de los velos.
–Recuerda especialmente un Estudio 1, «La prudencia de la mujer», de Tirso, por lo mucho que le costó memorizar el texto. Es una mujer prudente, ¿eh?
–Prudente, comedida, normal, discreta. Es mi carácter, nunca me ha gustado llamar la atención.
–¿No echa de menos cosas de la profesión?
–Veo a los compañeros en los estrenos. Y si no nos vemos, nos llamamos. Paso horas al teléfono. No soy nostálgica, no. Lo he pasado muy bien y muy mal. Conozco toda España gracias a las giras. Pero no echo de menos actuar, y no me ha dado por dirigir, ni por escribir. Escucho música, leo, veo la tele, hago la compra... Se me pasa volando el día.
Hizo mucha tele, sí, pero su gran pasión fue el teatro, es el teatro. «Es donde más eres tú y donde más sientes lo que estás interpretando». Y a pesar de esa pasión, fue capaz de largarse discretamente un rato antes de que prescindieran de ella. Le ofrecieron hace tiempo una serie. Teatro, no: «Se olvidan; antes trabajaba la gente mayor y la gente joven; ahora parece que sólo quieren jóvenes. En fin, he tenido una carrera larga, con éxitos, y eso está ahí. No hay más. Estoy satisfecha». Cuando «Hay un camino a la derecha», película que interpretó con Paco Rabal, ganó la Concha de Plata, creyó que de San Sebastián se iba a Hollywood, «pero me quedé haciendo teatro por provincias», dice con fina ironía y sin resquemores.
–Está sola, Julita. ¿Le gusta?
–Sí, me gusta mucho la soledad y además me sienta bien. Es un lujo. Creo que no podría vivir en una casa llena de gente. Mire, hago lo que quiero y no me aburro nunca.
–No sé si se ha quedado con ganas de hacer algo, un papel determinado...
–No, la verdad es que soy muy práctica, como usted dice: para qué voy a estar sufriendo por lo que pude hacer y no hice, por lo que pudo ser y no fue. No vale la pena.
–Pocos sabrán que dobló a Rose, la más ingenua de «Las chicas de oro»...
–Sí. Era una serie muy buena. Fue muy gratificante aquel doblaje. Me gustaba Rose: vivía en las nubes, se lo creía todo...
–Nada que ver con usted.
–Nada. No tengo nada de ingenua, aunque lo parezca.
Anda una hora cada día y no le gusta que la domine ningún vicio ni ninguna persona. Se le murió su perro cocker y no ha querido tener otro, quizá por miedo a dejarlo huérfano. Julia lo mide todo.