Crisis del PSOE

El PSOE pone cara de póquer

El Comité Federal abre el relevo sin apoyos a ningún aspirante. Los notables se conjuran para abrir el partido a la sociedad. Gómez fracasa en su intento de primarias

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, José Luis Rodríguez Zapatero (c), junto al ministro de Fomento en funciones y vicesecretario de Organización del PSOE, José Blanco (i), y el vicepresidente del Gobierno de Política Ter
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, José Luis Rodríguez Zapatero (c), junto al ministro de Fomento en funciones y vicesecretario de Organización del PSOE, José Blanco (i), y el vicepresidente del Gobierno de Política Terlarazon

MADRID- Casi siete horas de debate, 45 intervenciones y el Comité Federal del PSOE no dio ni una pista sobre quién debe ser el nuevo secretario general. Todos con cara de póquer, sin desvelar sus cartas, ni alinearse con ninguno de los posibles aspirantes. Mucha petición de debate interno, mucha conjura para abrir el partido a la sociedad y mucha llamada a que el Congreso Federal de febrero sea muy abierto y muy democrático. De hecho, se aprobó rebajar a un 10 por ciento el número de apoyos del máximo órgano entre congresos que debe reunir un «precandidato». Por lo demás, fracasó la propuesta del madrileño Tomás Gómez para elegir en primarias al próximo secretario general; Rodríguez Ibarra se quedó solo en la exigencia de responsabilidades a toda la dirección federal y sólo Juan Antonio de Barrio de Penagos, portavoz de Izquierda Socialista, se atrevió a verbalizar que Rubalcaba no debía encabezar el nuevo proyecto. Mención especial merece el dramatismo con que el presidente del Gobierno en funciones, en su segunda intervención a puerta cerrada, se refirió a la gravedad de la crisis económica y pidió al PSOE responsabilidad en la tarea de oposición: «La situación es muy seria y muy difícil. Se pueden perder las elecciones, pero no un país», advirtió.

En las horas previas al cónclave, la dirección federal había rebajado el entusiasmo de algunos secretarios generales en su apoyo público a Rubalcaba para dar una pátina de neutralidad al proceso que ahora se abre, y hubo contención, aunque todos valoraron el esfuerzo del candidato.

Así que la mañana empezó con los discursos en abierto de Zapatero y Rubalcaba sobre el resultado electoral. El primero descargó sobre la crisis el peso de la debacle, pero admitió «errores de gestión y comunicación»; llamó a asumir colectivamente el resultado, «aunque yo el primero»; agració al candidato el «esfuerzo, el empeño y la energía» desplegada; admitió que el PSOE sale herido y pidió para el congreso federal «un debate interno robusto» y la «libre elección democrática» de una nueva dirección para recuperar la capacidad de ser alternativa. El segundo hizo de su proyecto la hoja de ruta para la oposición, encontró en el techo electoral del PP algún elemento de optimismo para el PSOE y pidió unidad e integración tras el congreso como hizo Zapatero en 2000.

Y a partir de ahí llegó el «apagón». Una sucesión de intervenciones a puerta cerrada, cuyas versiones fueron llegando a trávés de SMS de los propios intervinientes y de los posteriores canutazos que media docena de notables tuvieron a bien protagonizar para glosar sus posiciones. Pero ni el andaluz Griñán, ni el castellano-manchego Barreda, ni el madrileño Gómez, ni el vasco López, ni el catalán Fernández... ninguno desveló sus preferencias por uno u otro de los previsibles aspirantes. Casi todas las intervenciones giraron sobre dos ejes. Un primero sobre el análisis y las causas de la derrota para reconocer el impacto de la crisis pero también errores propios que han contribuido a dispersar el voto progresista. Y un segundo para enfocar el futuro inmediato del PSOE y fortalecer el partido, tanto en liderazgo como en proyecto. «Nada de luto. Hay que estar preparados para volver a gobernar (...) Hay que hacer un congreso en libertad», Griñán dixit. En general, casi todos los secretarios generales buscaron la socialización de la derrota, pero el más explícito, quizá, fue Patxi López cuando dijo que «no es tiempo de pedir responsabilidades, sino de reforzar, armar, fortalecer y luego abrir el partido a la sociedad». Por la misma senda transitó el gallego Patxi Vázquez: «No pueden pillarnos entretenidos cuando en poco tiempo otros se pueden hundir. No podemos fallar a los 7 millones de votantes que nos apoyado». También el valenciano Jorge Alarte pidió corresponsabilidad ante la derrota y rechazó que el debate interno se centre ahora en «una silla o en las normas» del congreso. Las palabras de Alarte, como las de algún otro secretario general, tenían de destinatario a un Tomás Gómez que había clamado por que la militancia vote en primarias, y no en un congreso, la elección del secretario general, algo que no prevén los estatutos pero que para el madrileño no debería ser un probema en un país «que ha reformado la constitución en 15 días». Hubo una lluvia de dirigentes que rechazaron la propuesta de Gómez, entre otros Óscar López, Griñán, Victor Morlán, Javier Fernández, Alarte, Patxi López.

Es verdad que hubo también quien, sin llegar tan lejos como Gómez, por ejemplo José María Barreda, se mostró partidario de aumentar el máximo posible el número de delegados al congreso o como el extremeño Guillermo Fernández Vara, que apostó por una modernización del partido y llegó a decir que el problema del PSOE no es la edad de sus dirigentes, sino la de sus bases.

La intervención más dura, sin duda, la de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que centró su discurso en los hiperliderazgos del PSOE en los últimos lustros y exigió la dimisión colectiva de la dirección y una gestora. «Si no hubiera habido una gestora tras la dimisión de Almunia tú no hubieras sido secretario general», le dijo al presidente en funciones, que se vio obligado por primera vez en un Comité Federal a parar las intervenciones y tomar la palabra para responder a los dardos del extremeño.

Menos previsibles que las intervenciones de los secretarios generales fueron las de quienes se sienten más lejos de los aparatos federal o regionales. Y si Barrio de Penagos fue el único que se atrevió abiertamente a decir que Rubalcaba no debe aspirar al nuevo liderazgo («quien ha estado en primera línea de los Gobiernos de González y el epílogo de Zapatero no debe continuar por razones de credibilidad ante la sociedad»), Barranco criticó el cierre de filas en torno a los liderazgos personales en demasiadas ocasiones. Todos de uno u otro pidieron más debate interno, como el madrileño José Cepeda que habló de acabar con el «adanismo» y el culto al «individualismo». Apertura, apertura... Como dijo López Aguilar o Benegas, todo menos hablar de nombres, que ayer no tocaba.