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Políticos iguales
Hemos asistido a dos casos de lo que llaman «herd behaviour», comportamiento gregario o en manada. El término es habitualmente asociado a la sociedad civil o a los mercados, cuando en realidad nadie lo sigue con tanta fidelidad como los políticos. Una muestra reciente fue la súbita confluencia de todos los políticos de todos los partidos hacia la austeridad. Todos se han vuelto sus apóstoles en los últimos días. La otra muestra fue la idea de que los políticos no deben tener privilegios, deben ser iguales a los demás ciudadanos. Cuando Rosa Díez, ella misma una privilegiada, lo planteó, nadie le hizo caso. Poco tiempo después todos los políticos de todos los partidos rivalizaban para apropiarse de la idea de la igualdad: los políticos son iguales a sus súbditos. Lo más curioso del caso es que a nadie se le ocurrió llevar el razonamiento hasta su desenlace lógico. Si los políticos no deben tener privilegios, si deben ser iguales al resto de la gente, no deberían cobrar del erario público sin tomarse el trabajo de sacar alguna oposición. Deberían tener cada uno su profesión, deberían mantenerla, y deberían dedicar a la cosa pública un tiempo determinado, por supuesto gratis, que ya bastante retribución es el honor de servir a la patria. ¿Se imagina usted qué delicioso sería? Los políticos serían trabajadores, profesionales, empresarios, y obtendrían lo que ninguno de ellos tiene hoy: el respeto de los ciudadanos.
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