«Elefante blanco»: Acto de fe

Da la impresión de que Trapero ha querido atar su espontánea tendencia al drama social (que tan buenos resultados le dio en «Leonera») con la soga del thriller de gánsteres de los bajos fondos que «Carancho» tensó hasta romper. La crisis de fe de dos curas progres, de esos capaces de levantar la moral de un barrio de chabolas como este Ciudad Oculta bonaerense sin abusar de invocaciones divinas, se sitúa en un entorno olvidado por las instituciones, ese culo del mundo cuyo control se disputan dos bandas rivales de narcotraficantes que pronto se verán enfrentadas a muerte por un delito de sangre.

Trapero se siente más cómodo lidiando con la mirada de Darín, con sus silencios enfermos, y con el naturalismo de las interpretaciones, que ampliando el foco y liándose a tiros con el género. Convence más cuando improvisa una escena al estilo Ken Loach que cuando inventa una apresurada relación amorosa entre el sacerdote belga (Jérémie Renier) y la asistente social (Martina Gusman). Y entre tanto, la metáfora de ese gran hospital abandonado, ese mamut que estuvo a punto de ser el mayor centro sanitario de Latinoamérica, ahora refugio de ratas y yonquis, queda completamente diluida, más un escenario testimonial que un símbolo de la paleolítica indiferencia del sistema ante los gritos de socorro de los desfavorecidos.