Estreno

Butacas vacías

La Razón
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No hay mejor metáfora del extravío en que anda el cine español que el palmarés de anteanoche. Si lo mejor de la cosecha anual es otra película sobre la Guerra Civil, «Pa negre», que apenas han visto 50.000 espectadores, se explica prácticamente todo, desde el profundo desdén de los cineastas hacia un público que ha desertado del patio de butacas hasta la confortable torre de marfil que se han construido con el dinero de las subvenciones. Y se entiende también por qué son incapaces de realizar una obra como la británica «El discurso del rey», prodigioso ejemplo de cómo hacer arte con bajo presupuesto, ninguna subvención y mucho talento. Justo al revés que aquí. Para esta industria cultural de primer orden, cuya supervivencia sólo es posible si obtiene beneficios, es un sarcasmo que se entronice como modelo una película que no ha aguantado ni diez días en la cartelera. Es probable que el veredicto popular haya sido demasiado riguroso, porque el trabajo de Agustí Villaronga es más que correcto, pero desde luego no corre peligro de que lo pirateen en internet. Por el contrario, «Buried», que ha sido, junto al matrimonio Bardem, la gran aportación internacional de nuestro cine en 2010, fue despachada con una propinilla que incluyó la de mejor guión a un... norteamericano. La médula espinal del séptimo arte es el guión, como muy bien sabe la ministra Sinde, en vista de lo cual se premia con justicia a un extranjero porque el producto interior está embrutecido. No trato de juzgar películas concretas, sino proyectos y experiencias cinematográficas que se proponen como ejemplares. Y en España lo que predomina, o al menos se premia con largueza, no es precisamente lo que cautiva al espectador, tal vez porque no es necesario para hacer caja. Así lo demuestran estos datos: en 2009, el cine recaudó en taquilla en 69,7 millones de euros, pero se embolsó 89,39 millones en subvenciones. Para qué mimar y cultivar al público si quien pone la tela es el Gobierno. Es una lástima que la imagen de nuestro cine sea de decrepitud, aunque no es lo más grave. La peor de sus debilidades es la falta de talento, el adocenamiento estético y esa mediocridad disfrazada con harapos ideológicos. Vestirse de tiros largos para celebrarlo sin asomo de autocrítica como si esto fuera el dorado Hollywood resulta una mascarada triste de trompeteros.