Sevilla

El drama oculto de Elena niña y madre a los diez años

En lugar de estar pendiente de sus juguetes, Elena ha sido madre de Nicoleta con tan sólo diez años. Su madre dice que es «normal», pero tras su historia se esconde el drama oculto de los gitanos rumanos

 
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Lebrija, donde los padres se acuestan con las hijas» es una canción cargada de incesto que cantaban las niñas de mediados del siglo XX en las calles de este pueblo del bajo Guadalquivir. Pese a que ahora ya no se juega en el empedrado y la cantinela es sólo un dicho de mal gusto, hay cierto resquemor cuando se escucha. Sucede algo parecido cuando se habla de Azorín y de sus artículos recogidos en «La Andalucía trágica», en la que Lebrija da muestra del hambre jornalera de comienzos del pasado siglo. Historia negra para los 27.000 habitantes de esta localidad sevillana, eminentemente agraria, que linda con la provincia de Cádiz y que se ha visto envuelta en la polémica tras conocerse que Elena, una niña rumana, de etnia gitana, había dado a luz con diez años.

Sucedió el pasado 26 de octubre en el hospital de Jerez de la Frontera (Cádiz), donde los médicos no daban crédito al parto que tenían que atender. Desde entonces, el revuelo se ha adueñado de las estrechas calles encaladas, hasta ahora tranquilas, donde casi no caben las furgonetas de los medios de comunicación, algunos extranjeros, que se han desplazado hasta allí para conocer los detalles de la vida de la «niña-mamá».

Olimpia, la nueva abuela, trata de quitar importancia al asunto porque «entre nosotros se trata de algo normal», un hecho que «no es más que una alegría» por la llegada un nuevo miembro al clan familiar. Sin embargo, las miradas de soslayo y las murmuraciones sobre el embarazo de Elena no son nuevas. Desde hace unos meses, los vecinos de la calle Tejar, donde la pequeña vive junto al resto de su familia, la habían observado al ir a comprar con los signos propios de la gestación. De camino al supermercado y «a la tienda de los chinos», diariamente, aunque algunos lebrijanos aseguran que la habían visto vendiendo claveles por las casetas de la Feria, que se celebró a comienzos del pasado mes de septiembre en un recinto situado a las afueras del pueblo. Se trata de una labor habitual en este tipo de celebraciones, que hasta hace unos años estaba en manos de grupos de gitanos errantes andaluces, pero que fueron sustituidos por los romaníes provenientes de Europa del Este.

Los habituales vendedores son los niños, que se pasan hasta altas horas de la madrugada ofreciendo las flores de caseta en caseta. Un trabajo duro y arduo para cualquiera, pero más para una niña de diez años embarazada de ocho meses.

E. S., empleada de una inmobiliaria cercana al bloque de viviendas «Viuda de Macías», como se le conoce al edificio en el que reside Elena, niega que lleve viviendo en el pueblo sólo unos pocos meses: «La veo con su madre diariamente desde el verano del año pasado. Lleva casi un año aquí». Una versión que contradice las declaraciones de Olimpia, que afirma que habían llegado recientemente para la celebración de la boda de un familiar.

«Todo el mundo estaba un poco al tanto de lo que pasaba, e incluso que estaba embarazada, pero lo que nos ha sorprendido es que tenga sólo diez años», concreta esta joven, que señala que la pequeña tiene «el cuerpo de una adolescente de 12 o 13 años. Físicamente, es más mujer que cualquier niña de su edad, que debe estar pensando en celebrar su comunión y jugando con las muñecas». En lugar de eso, Elena tiene que cuidar de Nicoleta como una más del clan de gitanos en el que vive y del que no queda claro a qué se dedican aparte de la venta de flores. Del padre no se sabe nada, aunque el entorno de la menor mantiene que se trata de un chico de 13 años que se ha quedado en Rumanía y con el que Elena ha roto la relación que mantenían. Pero no hay ninguna certeza.

150 euros de alquiler

La abuela no comprende la que se ha formado ni la presencia de las cámaras. No salen a la calle y los familiares tratan de alejar al enjambre de periodistas de las cercanías del portal. Se trata de un edificio humilde de pisos pequeños, no más de 60 metros cuadrados, en el que no hay constancia de la cifra exacta de personas que lo habitan. Casi todos son inmigrantes rumanos y peruanos que pagan al mes 150 euros, aunque algunos de los pisos los alquilan jóvenes del pueblo como «picadero». Un secreto a voces, «porque hay chicos que no tienen trabajo, viven con sus padres y no tienen sitio para su intimidad», comenta un vecino. Pero Lebrija no es un lugar donde los gitanos rumanos se ganen la vida de manera habitual. Sólo van de paso. La población inmigrante aquí es de 719 personas y 159 son rumanos.

Con un elevado nivel de desempleo y con las labores del campo acabadas, se trata en realidad de una «plataforma» bien localizada para buscar el sustento diario en las cercanas Jerez de la Frontera y Sevilla, donde los alquileres son mucho más elevados. En esas dos ciudades se les puede ver tocando el acordeón por las calles, recogiendo chatarra y pidiendo en la puerta de las tiendas. Hasta allí se desplazan cada día y luego vuelven al pueblo, comenta Pedro Aguilera, profesor de instituto y voluntario de una organización de ayuda a los inmigrantes. «No tenemos ningún problema de integración, ni de chabolismo», señala Aguilar, que cuenta que fueron sus propios alumnos rumanos quienes le dieron la noticia del nacimiento de Nicoleta.

«Es triste, pero no tienen la misma preocupación por la educación de sus hijos los padres rumanos que los de origen gitano–mantiene Aguilar–. No me gusta hacer distinciones y se lo dejo claro a mis alumnos, que no debe haber racismo y menos entre ellos», pero es muy difícil que un niño de esta etnia termine los estudios primarios. En cuanto cumplen 14 o 15 años sus padres los casan entre ellos aunque no se conozcan. «Se trata de un cierto acuerdo, lo hablan entre las familias y ya está», cuenta Aguilar, mientras recuerda el caso de un chico que dejó las aulas. «Hablé con el padre porque el joven tenía posibilidades de estudiar, era inteligente y le íbamos a buscar plaza en un módulo de electricidad, pero el padre se negó y no acudió más a clase. Meses después me lo encontré en Jerez tocando un pianito. En cuanto me vio trató de esconderse pero pude llegar hasta él. Cuando me acerqué vi que estaba llorando. Fue algo muy duro».

La historia de Olimpia, Elena y Nicoleta, tres generaciones de una misma familia en menos de cincuenta años, está siendo analizada por la Fiscalía de menores y por la Junta de Andalucía, que ya ha adelantado que «todas las posibilidades están abiertas porque hay mucha información confusa y es un asunto que hay que tratar con mucha cautela».

Primera visita al pediatra
Durante los meses de embarazo, Elena nunca visitó al ginecólogo hasta que se puso de parto y la llevaron al hospital de Jerez de la Frontera. Tras regresar a su domicilio en Lebrija, los servicios sociales del Ayuntamiento trataron de convencer a su madre para que pasaran un examen en el centro sanitario. En principio se negaron, pero accedieron tras la presión de los técnicos. Allí, ambas fueron reconocidas por una pediatra que certificó que no había ningún problema, pese a la corta edad de la madre. De vuelta a casa, se produjeron algunos momentos de tensión con los familiares cuando los medios de comunicación quisieron grabar el rostro de la menor, que llegó protegida bajo una prenda que la cubría por entero.