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Campos de refugiados más seguros
Basylis integra sensores acústicos, sísmicos, terrestres, radares para grandes áreas, brazaletes personales y cámaras de seguimiento en una única solución transportable, rápida de montar y alimentada con pilas o paneles fotovoltaicos
ab – Kenia–, el mayor campo de refugiados del mundo, ha cumplido en febrero 20 años. Acoge, según datos de la ONU, a 463.000 personas. De las instalaciones sensibles a la implantación de sistemas de seguridad, los campos de refugiados resultan, por razones evidentes, unas de las más críticas de todas, ya que hay que garantizar por partes iguales la integridad y la privacidad, tanto del personal como de los refugiados internos.
Las dificultades para un sistema de seguridad son muchas: hay que montar y desmontar con rapidez; tanto el personal como los refugiados se enfrentan a constantes amenazas, y antes de la instalación no se conoce ni el entorno ni el clima ni la extensión que, en algunos casos, puede llegar a varios kilómetros. Además, las instalaciones deben ser respetuosas con el desarrollo de la vida cotidiana. Para dar una solución integral, adaptable y transportable, se está desarrollando el proyecto Basylis. Enmarcado en el VII Programa Marco de la UE, con una duración de dos años y un presupuesto de tres millones de euros, Basylis une novedosas soluciones tecnológicas con las necesidades de los refugiados, gracias a la colaboración de la agencia de Naciones Unidas para los refugiados, ACNUR y un consorcio formado por Indra, el Centro Nacional para la Protección de las Infraestructuras Críticas, Microflown, Terma, Mirasys, New Technologies Global Systems, la Universidad Politécnica de Madrid, University Collegue London y la Universita degli studi di Firenze.
Pilas domésticas
«La primera premisa ha sido integrar en los dispositivos los sistemas de alimentación y las comunicaciones. El presupuesto con el que se trabaja en un campo de refugiados es limitado y las soluciones actuales tienen un gran coste en material, además de necesitar de personal muy cualificado para su control», explica Francisco José Segura, responsable del desarrollo de sensores de Basylis y jefe de proyectos de Indra.
El sistema tiene varios niveles de integración, analiza las señales de los diferentes sensores y lanza alarmas unificadas. En una primera capa se situarían los sensores acústicos, para la detección de ondas sonoras en las tres dimensiones espaciales, sensores terrestres desatendidos (UGS en sus siglas en inglés) y «sensores sísmicos magnéticos, situados bajo tierra. Detectan si las personas que van por un camino van armadas. De esta manera se evita el tráfico de armas», continúa Segura. Sistemas de radar para grandes áreas y brazaletes para la seguridad personal completan los detectores. Los brazaletes, parecidos a las pulseras «antiviolador», «son hasta cien veces más baratas», explica Sonia Gracia, coordinadora del proyecto.
Para evitar falsas alarmas, la información detectada por estos sensores se unifica en una única señal, los algoritmos del sistema analizan los comportamientos y clasifican el nivel de prioridad de las alarmas y si lo considera necesario, ordena a la cámara que siga a los sospechosos y los clasifique automáticamente, «se cubren hasta 30 km2 con una sola cámara», explica Gracia. De esta manera, consigue mayor fiabilidad sobre lo que ocurre dentro y alrededor del campo, y mayor protección de la privacidad de los refugiados, al estar todo el proceso automatizado.
Todos los sensores llevan su propia fuente de energía, una pila doméstica. El radar y la cámara, de mayor amplitud de campo de acción, se han rediseñado para reducir su demanda energética que, en cualquier caso, se cubriría con paneles fotovoltaicos. Otra forma de abaratar costes de esta solución es utilizar la propia red de comunicaciones para el posicionamiento de los brazaletes, sin necesidad de incluir GPS.
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