Sevilla
«Yo era un hombre de Estado y me vi sometido a una lucha de partidos»
Recuerda su compromiso con el proyecto y las trabas que motivaron su cese.
Han pasado casi dos décadas desde que se inaugurara la Expo92, un acontecimiento que a mediados de los ochenta parecía imposible y en el que casi nadie creía. Manuel Olivencia (Ronda, 1929) fue su comisario general hasta nueve meses antes de su apertura y vivió aquellos momentos en los que se pasó del escepticismo inicial al interés por lograr el «pelotazo». Entonces, cuando todo cambió, él ya se había apeado del proyecto.
–Han pasado muchos años desde entonces, pero, ¿qué recuerdos tiene de aquella época?
–Se me ha olvidado ya (risas). No, todo lo contrario, conservo una buena memoria, pero han ocurrido muchas cosas y ha pasado mucho tiempo.
–¿Cuando le llamó Felipe González se esperaba lo que le iba a proponer?
–En ese momento se escuchaban los rumores de los comisariables y los posibles candidatos, pero yo no estaba en esa lucha. No tenía ni idea. Mi sorpresa fue que el entonces presidente del Gobierno, Felipe González, me llamó por teléfono para adelantarme que me iba a llamar para proponerme el cargo. Mi respuesta en ese momento fue: «Lamento que la primera vez que el presidente del Gobierno me pide una cosa le tenga que decir que no».
–¿Le costó trabajo convencerle?
–Le dije que no, no sólo en la primera conferencia telefónica, en la que me recalcó que no lo hacía para que le respondiera, sino para señalarme que su intención era convencerme. En nuestra primera visita, que mantuvimos en secreto, le insistí en el no, porque mis circunstancias laborales en Sevilla no me permitían asumir un cargo de esa naturaleza: tenía mi cátedra y un despacho de abogados con temas muy importantes, como la defensa de los intereses españoles en el tema del gas argelino, entre otros. Por ese compromiso con los intereses públicos, no podía dejar mi profesión de abogado. González me insistió y volvimos a tener algunos encuentros y al final me convenció.
–Pese a que usted no era, digamos, de su cuerda.
–Era la primera vez que el Gobierno socialista llamaba a una persona no socialista para encargarle un tema de Estado. Todos los partidos tenían que ayudar y no podía convertirse en un asunto parcelado. Había que navegar en el mismo sentido, desde que me propusieron el nombramiento en noviembre de 1984 hasta 1992. La Expo92 debía de quedar al margen de las luchas partidistas y con una persona independiente al frente de la misma. Yo lo acepté como un servicio a España, por cierto, con el sueldo de subsecretario, que no es para enriquecerse, y dejando un despacho profesional en una posición delicada.
–¿A qué se refiere?
–Todo el mundo económico de Sevilla y de Andalucía iba a girar en torno a aquel acontencimiento. Mi nombramiento le creaba una imposibilidad y una incompatibilidad a mis colaboradores y a mis socios. En el despacho Olivencia no se podía llevar ningún asunto ni a favor ni en contra de la Expo92. Es decir: ni tráfico de influencias ni conflicto de intereses. Esa incompatibilidad continúa en la actualidad y eso se ha recordado recientemente.
–Se lo tomó como un compromiso con la patria...
–En ese momento era así. También colaboraron mucho los militares. El Ejército del Aire, con base en Tablada, nos preguntó cómo podía ayudarnos. Yo tenía la ilusión de realizar un fotografía aérea de la Isla de Cartuja, antes de las obras, y otra con todo terminado. La respuesta fue afirmativa y se haría en cualquiera de los vuelos de adiestramiento. Sin embargo, el capitán general de entonces me dio una respuesta muy de la Administración, que no se me olvidará nunca: «Lo que no tenemos, porque se nos ha agotado, ha sido la partida para material fotográfico». ¡Qué honradez y qué honestidad! El carrete lo compramos nosotros y costó 150 pesetas. La foto final, que la realizó una compañía privada, costó, se lo puedo asegurar, mucho más que aquellos quince duros. Ya no estaba yo de comisario.
–¿Contó siempre con las mismas facilidades?
–Cuando decías que eras comisario de la Expo92 siempre me saludaban con una adversativa, con lo contrario. Me decían: «Tú eres un iluso», pero les respondía que era un ilusionado. Las dificultades fueron extraordinarias, principalmente, por el escepticismo de todo el mundo.
–Nueve meses antes de la inauguración usted dimitió.
–Fueron reiteradas dimisiones, ya que el presidente del Gobierno me insistía en que no podía ser, pero aquello ya estaba pactado. Yo, que fui llamado como hombre de Estado e independiente, me vi sometido a una lucha de partidos interesada. Tuve que dimitir en muchas ocasiones porque se hicieron cosas que no se podían consentir. Trataron de ocultar hasta las cuentas de una auditoría interna de la sociedad estatal, varios nombramientos, se crearon unas sociedades periféricas, que ahora están muy de moda, para realizar proyectos propios de la estatal con capital privado. ¡Algo a lo que yo me opuse sin ser socialista! Me encontré con situaciones que me obligaron a plantarme ante el presidente del Gobierno.
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