Barajas
El urogallo
El faisán crece y está a un paso de convertirse en urogallo. Alfredo Pérez Rubalcaba, como buen montañés, sabe de qué se trata. Quedan muy pocos en la cordillera cantábrica. Algún cantadero en Cabuérniga, en Liébana y en los bosques de hayas astures. Un ave formidable que décadas atrás abundaba. Garzón quiso convertir al faisán en codorniz, pero el faisán creció y ahora se agiganta. Codorniz, faisán y urogallo. Todo queda entre las gallináceas. Han principiado los cacareos.
Sería terrible que la Policía Nacional hubiera recibido órdenes políticas de avisar a los terroristas con anterioridad a una acción policial. El Gobierno andaba de charlita con los criminales de la ETA. Eso, la negociación. Eso, la bomba en la Terminal 4 de Barajas. ¿Quién dio la orden? ¿El ministro, el secretario de Estado, algún alto mando de la Policía? ¿Quién se va a comer la putrefacción ajena? De ser el ministro, ¿lo hizo sin el consentimiento del Presidente del Gobierno? ¿Qué ha hecho cambiar la actitud de la Fiscalía, antaño tan reticente y hogaño tan escandalizada? El faisán ha crecido y roto en urogallo y esto no ha hecho más que empezar. Con cinco años de retraso, con Garzón suspendido, con el Fiscal obligado a intervenir, con los altos mandos de Interior en el ojo del huracán, con nuevas pruebas y evidencias, con la Guardia Civil investigando el chivatazo y con un vicepresidente y ministro que reconoce en sus círculos íntimos que el faisán se va a convertir en su talón de Aquiles.
¿Qué puede suceder si se demuestra –que se va a demostrar– que en el Ministerio del Interior ha existido colaboración con una banda armada? ¿Todo vale para no enfadar a la ETA y a Eguiguren, el defensor de los estatutos de «Sortu»? ¿Tendrá el juez Ruz el suficiente coraje para superar las agobiantes y agobiadas presiones políticas? La Justicia en España es lenta, pero segura. Y en un caso escandaloso como lo es el del «Bar Faisán» de Irún, lo lógico es que empiecen a quebrarse los silencios ordenados, las disciplinas impuestas y las lealtades momentáneas. Cuando alguien cante, como hace el urogallo cuando se enamora o el faisán al sentirse amenazado, se desmoronará todo el edificio de la ignominia, con tejado y veleta incluidos. Porque el caso «Faisán» se les ha ido de las manos desde que Garzón no puede meter las suyas en sus entrañas. Todavía – al menos hasta hoy, cuando escribo–, la libertad impera y la sociedad opina. No se trata de un escándalo más, de una corrupción más, de un abuso de poder más. Se trata, de confirmarse –que se confirmará–, de una altísima traición al Estado de Derecho perpetrada por quienes tienen la obligación y el mandato popular de cumplir y hacer cumplir las leyes. Y colaborar con una banda armada, en este caso la terrorista de la ETA, es delito de una gravedad inconcebible. No acuso a personas en concreto. No soy nadie para hacerlo. Pero sí puedo exponer mis sospechas como consecuencia de la información acumulada. Y huele muy mal. A sentina, a cloaca, a descomposición insoportable.
Sabremos quiénes han sido los hacedores del delito y, por supuesto, los responsables políticos. El faisán se está desplumando y el urogallo no está para cantar amores y simular alegrías. Entiendo ahora muchas actitudes y nerviosismos. No es una broma. Que una orden política haya servido para beneficiar a los terroristas es algo que se escapa a la imaginación del ciudadano más pesimista. Qué asco.
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