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De Fraga y Garzón por J A Gundín
Además de partidos de izquierda y de derecha, en España medra con la tozudez del ficus el partido de los mezquinos. No tiene siglas ni sede social, pero si recaudara un euro por cada militante figuraría en la lista de Forbes. En él hallan cobijo los resentidos, los revanchistas y, sobre todo, los sectarios. Llevan varios días muy bulliciosos y dicharacheros a causa de dos sucesos: la muerte de Fraga y el primer juicio a Garzón. El fallecimiento del viejo león conservador les ha excitado la salivación al punto de nieve, vulgo espumarajo. De Fraga, como de cualquier personaje, se puede ser crítico y disentir de la opinión de la mayoría, que ha elogiado con elegancia sus virtudes como animal político y su grandeza como hombre de Estado. Pero no se puede ser ruin en el juicio ni mostrenco en la tacha, que es como se ha conducido la extrema izquierda, unos señores antiguos que jamás han condenado, no ya los crímenes estalinistas, sino los que cometió su partido durante la Guerra Civil. Jalean a Baltasar Garzón como a un mártir aherrojado por la Inquisición franquista, cuando en realidad el ex juez ha sido víctima de su propia voracidad escénica: No está en el banquillo por antifranquista ni por perseguir a los corruptos (¡qué memez!), sino por chapucero y prepotente. Quiso empapelar el cadáver de Franco con los mismos legajos que empleó para exonerar a Carrillo de Paracuellos. Pretendió enjaular a los chorizos de Gürtel saltándose las garantías constitucionales. En cuanto a la pasta de los cursos en EE UU, huele cutre y trincón. Y encima tiene a Cayo Lara como «cheerleader», que ya es mala suerte. La ultra izquierda suele elegir a sus líderes por las toneladas de sectarismo que desplazan, pero ahora les ha añadido una nueva cualidad: su mediocridad profesional. Garzón es su héroe.
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