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El cuello del jersey

La Razón
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Cuando tenía veinte años me dije a mi mismo que necesitaría otros tantos para tener las suficientes experiencias sobre las que escribir algo verdaderamente interesante. Acerté porque tuve todas las experiencias necesarias para escribir algo decente, pero no lo hice porque preferir prolongar el largo noviciado por si todavía me quedaba por vivir algo que aún pudiese impresionarme, así que me marqué otro plazo. Ahora ya no pienso en tomarme otros veinte años, ni siquiera diez, porque sé que por cada experiencia nueva habré olvidado dos de las antiguas. El camarero de un bar en el que solía tomar café por las mañanas me veía tan pesimista sobre mi porvenir, que al servirme el café dejaba sobre mi mesa el periódico local abierto por la página de las esquelas. Comprendí entonces que mi vida estaba hecha, mis experiencias colmadas, y que lo mejor sería marcarme los plazos hacia el pasado, por si pudiese encontrar algo noticiable en mi biografía antes de que mi cabeza sólo recuerde vagamente la ofuscación de la última jaqueca. Es cierto que conservo intactas algunas pasiones, y sobre todo, es verdad que todavía las mujeres me atraen más que las barbacoas y los coches, pero en ese viaje emocional hacia el pasado recuerdo con gratitud, casi con estupor, los días adolescentes en los que podía tener una erección mientras miraba el escaparate de una ferretería. De las mujeres había tocado apenas su aroma y sus fotos y sin embargo presentía el acre «pehache» de sus vaginas cada vez que al levantarme por la mañana para ir al colegio cerraba los ojos y pasaba lentamente la cabeza por el cuello del jersey. Tengo la sensación de haber dedicado demasiado tiempo a las experiencias y de haber dejado poco para el viejo proyecto de contarlas. Reconozco que viví con cierta gula existencial. Fue como haber hecho interminables preparativos para una larga cabalgada y al ir al establo encontrarte muerto el caballo. Desde hace una temporada ando a vueltas con el borrador de una novela. Es la segunda vez que lo intento. En la anterior ocasión el maldito borrador se fue en el maletero al desguacé que trituró a ciegas mi coche. La verdad es que supongo que ya no me queda demasiado tiempo para redondear una novela en la que cuaje definitivamente mi manera de escribir. También pudiera ser que todavía crea en la posibilidad de tener nuevas experiencias. O será que todavía cada vez que veo a una mujer me distraigo pensando en que placer inefable que sentiría si al pasar la cabeza por el cuello del jersey me encontrase en la barba, como anzuelos de seda, el vello de su pubis.