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Menos privilegios para la clase política por Carmen Gurruchaga

La Razón
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Un amigo, retirado de la política y de vuelta a su despacho, solía decir que la fata de aprecio que los ciudadanos tienen por la clase política se debe a que una parte importante de la misma no tendría oficio si dejara la vida institucional. Una afirmación que confirma mi convicción de que los políticos han de tener la manera de ganarse los garbanzos fuera del círculo partidista, pues en caso contrario, sus conciudadanos tendrán de su valía y capacidad la lastimosa opinión que hoy está generalizada. No puede, o no debería, suceder que las cúpulas de los partidos fabriquen listas cerradas en las que generalmente incluyen a fieles servidores que, conscientes de quien les ha colocado, jamás morderán la mano que les da de comer. Y en ese planteamiento, ¿dónde queda el servicio a los ciudadanos? En raras excepciones. Esta es la causa por la que los españoles se enfadan cada vez que se enteran de que un político goza de determinadas prebendas por haber estado dos legislaturas en un Cámara parlamentaria, mientras que ellos deben haber trabajado 35 años para tener derecho a una pensión que, en el mejor de los casos, es de 2.300 euros al mes e incompatible con cualquier otra.

También resulta enojoso saber que los ex ministros y ex altos cargos cobran dos años de salario, por presuntas incompatibilidades que jamás respetan. En algunos países sucede que una persona recibe en la vida política la misma cantidad de dinero que ganaba en su puesto de trabajo anterior, que recupera al marcharse del puesto público. Esta sería una práctica positiva y sana para nuestro país y una forma de que los españoles confiaran en sus dirigentes. También para que estos no transformaran la vida política en su carrera profesional, sino en una forma de servir al país durante un periodo de tiempo determinado.