Cuba
Un mesecito
No albergo ninguna duda de que un altísimo porcentaje de los liberados y delegados sindicales son simpatizantes del castrismo y la supuesta revolución cubana. Más que el propio Fidel Castro, que ha empezado a recular. Cuba ha representado el sueño estalinista del comunismo español. También del socialismo, tan trabado de ideas. Para la izquierda española la figura del «Ché» sigue siendo intocable. Los jóvenes de la retroprogresía cuelgan su póster en las paredes de su habitación, y casi todos guardan en su armario una camiseta negra con el rostro de Guevara estampado en violento carmesí. No conocen que Guevara era un señorito porteño que se metió a revolucionario cuando derrochó una fortuna, y que su ascenso a la cúpula revolucionaria estuvo marcado por la gélida crueldad de su carácter. No obstante, su atractivo físico y su muerte en las selvas bolivianas le convirtieron en el icono de los esplendores revolucionarios, y todavía hay gente que se lo cree. Además, que en caso de sobrevivir, el «Ché» y Fidel Castro no se habrían soportado ni un minuto en el poder. Los líderes carismáticos odian el carisma de los más cercanos. Y el «Ché» lo tenía, como Fidel. Y como Fidel, la más absoluta falta de respeto por la vida de quienes fueron sus compañeros y amigos en los inicios de la llamada Revolución cubana. Una Revolución a la que Fidel, ya en la proximidad de la muerte, ha calificado de obsoleta e ineficaz.
La izquierda se mofa de la fe de los cristianos, y no repara en la adoración de sus idolatrías. El mausoleo de la momia de Lenin, en la Plaza Roja de Moscú, es una mala copia de una iglesia ortodoxa o católica. Al «Ché» lo han elevado a los espacios estéticos de un Cristo yacente, y a sus mitos regalan la fe del carretero. Son intocables e indiscutibles. Se derrumban los muros, pero no sus idolatrías. Se arruinan sus sistemas, pero no sus pequeños dioses. La muerte masiva, los campos de concentración, la ausencia de libertad, la sumisión al partido único…
Todo se perdona por mantener la embriaguez de la utopía. Hasta que llega uno de los dioses intocables y se toca a sí mismo. Ha cundido el desconcierto. El propio Fidel ha desautorizado a su régimen. Simultáneamente, las centrales sindicales de España llaman a la huelga general por una reforma laboral que consideran brutal para los trabajadores. Y se reúnen en Madrid a 16.000 delegados y liberados, en su mayoría receptores de sueldos en empresas por las que ni aparecen, para protestar contra el capitalismo. No la convocan contra el Gobierno que les paga, sino contra la malvada empresa y el perverso empresario, que pide un despido más barato para superar la crisis.
Perversos empresarios que pueden considerarse santos de altar si los comparamos con los despidos en los paraísos comunistas y revolucionarios que tanto han amado y aman. Ellos viven de cine, sin apenas trabajar, a costa de las empresas que no pisan y de los impuestos de los españoles, mientras que en Cuba, su ídolo de las barbas, anuncia que serán despedidos seiscientos mil funcionarios con un mes de sueldo en concepto de indemnización. ¡Caray con la amada Revolución!
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