China

Ayudar o contemplar

La Razón
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La gran revolución democrática árabe avanza inexorable, en múltiples frentes, hacia no se sabe dónde, como es normal en estos procesos tan imprevisibles. Las fuerzas que la quieren contener o desbaratar actúan nerviosas, con diversos grados de determinación. Occidente sopesa el conflicto entre principios e intereses, entre las grandiosas esperanzas y los posibles resultados. Cinismo y pusilanimidad juegan un papel, pero mucho más importantes son la imprevisibilidad de los desenlaces, la perspectiva del tiro por la culata.

Pero si en algún lugar las cosas deben estar claras es en Libia. Principios e intereses coinciden felizmente y las formas en las que podemos ayudar no son inasequibles. Siempre subsistirá la inseguridad sobre los resultados, pero precisamente se trata de contribuir a que no se tuerzan. La retórica ha ido rasgando el velo de los resquemores y por fin Obama ha pedido abiertamente a Gadafi que se marche. Sería útil que le dijera a dónde, porque ni el propio tirano lo debe tener claro. También ha dicho el americano que «todas las opciones están sobre la mesa». Washington sigue mostrando repugnancia por cualquiera que tenga algún componente militar, pero a lo que nos enfrentamos es ya a una desigual guerra civil, y sólo tiritas y betadine no bastan.

Tragedias mucho peores hemos pasado por alto sin un parpadeo. No hace mucho que nuestros más influyentes medios contestaban a la propuesta de una campañita por Dafur diciendo que eso no interesaba a nadie. Los dos millones de muertos en el sur de Sudán han sido absolutamente ignorados y la más cruenta guerra desde la segunda mundial, la reciente y no del todo concluida del Congo ex belga, se ha llevado cinco millones de vidas y causado indecible miseria sin que nadie se moleste en enterarse. Caso aparte es Irak, en que la cruzada anticonservadora, antiamericana y de desquite de la escociente derrota en la Guerra Fría llevó a muchos bien pensantes a alinearse con el implacable Sadam y un amplio espectro de sanguinarios terroristas, en contra de la mayoría de los iraquíes.

Ahora no es necesario que un solo soldado occidental ponga el pie en el territorio libio. Si China y Rusia, horrorizadas por el mal ejemplo árabe, osaran vetar otras formas de intervención mucho menos comprometidas, peor para la ONU. No se necesita su permiso –no politizado, sino absolutamente político– para salvar vidas. Sólo se requiere que los libios lo pidan.