Benedicto XVI
El regalo de la fe
Madrid entero debería estar dando saltos mortales de alegría. Toca Jornada Mundial de la Juventud en la capital española y lo que se deriva de ella, más allá de creencias y sentimientos, es un beneficio económico incontestable y una publicidad positiva de la ciudad en el mundo entero. ¿Entonces? ¿A qué tanto revuelo y tanto querer contrarrestar el efecto JMJ con huelgas y manifestaciones? Pues, sencillamente, a que en algún rincón de la progresía española, donde crece el ateísmo como la mala hierba, aún no se acepta que no hay mayor regalo que la fe.
Y es curioso, porque así como resulta muy difícil llegar al camino de la fe a través de la racionalidad y la inteligencia, son precisamente la inteligencia y la racionalidad las que constatan que no existe un don igual. Con fe, la vida, con sus montes y valles, con sus alegrías y tristezas, resulta mucho más llevadera y feliz. Quien cree que se siente agraciado en la salud y acompañado en la enfermedad, recompensado en la riqueza y a recompensar en la pobreza y, en definitiva, siempre ve luz al final del camino.
¿Existe algo que se le pueda comparar? En torno a Benedicto XVI se van a reunir miles y miles de jóvenes que pese a la terrible situación mundial, a la caída de las bolsas, a los desplomes del mercado y al hundimiento de la economía creen que hay esperanza y se disponen a celebrarlo con el Papa. Lo único que se me ocurre decir es que Madrid, como antes lo fueran Denver, o Sidney o Roma, es una ciudad afortunada.
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