España
Cumbre de desiguales por Santiago Carbó Valverde
Sería repetitivo, parece un «déjá vu», considerar que la cumbre de la UE que se celebra mañana es un reto definitivo para Europa. Demasiadas ocasiones perdidas y huídas hacia adelante sólo dejan mucha incertidumbre respecto a si se logrará diseñar una salida más nítida y consistente a la crisis de la deuda soberana y a las dudas que se ciernen sobre el euro como moneda única y como proyecto de cohesión europea.
Los países europeos llegan, además, en una situación aún más desigual que en anteriores ocasiones. Francia ha perdido su triple A y afronta un horizonte electoral que va a dificultar –como ya ha sucedido en otros países– su interlocución europea.
Alemania queda, pues, como un referente principal casi en solitario y, poco a poco, puede que esté dando cuenta que la austeridad a ultranza puede no ser suficiente, sobre todo al comprobar que, muy probablemente, el país germano afronta una nueva recesión. En el otro extremo, Grecia se plantea si aceptar el compromiso de quita que se ha planteado sobre su deuda o si afrontar de forma definitiva el impago. Mientras tanto, España e Italia –por su situación e importancia cuantitativa y cualitativa– son el filtro fundamental por el que pasa el futuro del euro. Existe una expectativa internacional importante por las reformas bancaria y laboral que ahora se van a aprobar en España. Asimismo, se sigue bastante de cerca la capacidad de Italia para afrontar la liberalización de servicios y reformas fiscales necesarias para recuperar una senda de crecimiento, dado que su situación política no parece que vaya a facilitar este objetivo. En este contexto, no es de extrañar que en algunos países europeos se esté hablando cada vez más del diseño de unos plazos más realistas para la reducción del déficit, con el objetivo de poder orientar las reformas en un contexto de mayor estabilidad. En España, por ejemplo, se constata que ir del 8% al 4,4% en un solo año es algo muy difícil y doloroso.
Sería deseable que esta cumbre pudiera marcar una senda más realista que comience con un mayor compromiso fiscal, seguida de un calendario de objetivos de déficit más flexible y culminara con un proyecto de garantías comunes. La gobernanza europea no cuenta con una experiencia reciente que aliente una expectativa positiva, pero las circunstancias –con la eurozona apuntando a una dura recesión– obligan a reconsiderar las opciones.
Santiago Carbó Valverde
Catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Granada
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