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Viejitos por Paloma Pedrero
Siento una especial ternura hacia ellos, aunque sé que algunos envejecen mal y llevan años, o casi toda la vida, sin querer aprender a amar. Quizá es que además de no tener un talento innato, tampoco tuvieron luces para darse cuenta de que lo único que merece la pena en la vida es eso, ir creciendo en el aprendizaje del amor. Seguramente esos ancianos resentidos no pudieron quererse a sí mismos, y tampoco tuvieron la suerte de encontrarse con una experiencia maestra en ese sentido.
La mayoría de las personas, sin embargo, se dulcifica con la edad. Hoy he leído que los bomberos han rescatado a una viejecita de su casa. Estaba con su hermana muerta, que era quien la cuidaba. Tenía sed y reclamaba agua a su hermana fallecida. Hay cientos de casos así en las grandes ciudades. Ancianos que mueren solos en sus pisos, en el suelo muchas veces. Sin una mano a la que pedir caricias o agua. Debe estar muy mal una sociedad que no cuida a sus mayores. Es tristemente significativo construir un lugar en el que se maltrata a los más débiles, un lugar tan idiota que no prepara a conciencia un buen abrigo para esa etapa de la vida por la que casi todos vamos a pasar, la vejez.
Pero así es aquí, tierra civilizada, dicen. Así es que tantos viejecitos tienen poca salud y pensiones miserables, así es que muchos abuelos cuidan en jornadas larguísimas y agotadoras a los hijos de sus hijos, así es que otros andan solitarios por los parques mirándolo todo, como si de tanto mirar les fuera a abandonar la soledad. Mi amor a los viejitos. Todos cuando nos queramos dar cuenta.
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