Crisis económica

Inflación y quejas

La Razón
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Los precios de la vivienda bajan, aunque lentamente: nuestras propiedades, hipotecadas hasta los cimientos, cada día valen menos, y desde luego están lejos de lo que nos costaron; un alto precio que aún estamos pagando –con hipotecas de treinta años o más–, pese a que el valor real del bien se encuentre actualmente muy por debajo del montante del préstamo. Los intereses que pagamos por los créditos suben poco a poco, tranquilos pero seguros. El dinero quiere volver a cotizar fuerte. Ya ha pasado la época en que el dinero era algo barato, cuando se prestaba a tipos de interés ridículos y así se mataban dos pájaros de un tiro: la falacia económica de tintes pseudosociales, o socialdemócratas, que tanto gustaba a Clinton y que pretendía convertir a los pobres en ricos por el expeditivo método de endeudarlos de por vida, obteniendo de paso y como quien no quiere la cosa pingües beneficios para las entidades financieras. La era «subprime» está terminando. Fue bonito pensar que la banca se podría hacer aún más rica a la vez que aparentemente enriquecía a sus paupérrimos nuevos clientes. Sin embargo, ha quedado demostrado que, cuando hay dos partes en el mismo ajo económico, una debe perder para que la otra gane. Perdieron los de siempre: los que no tenían nada, ni antes ni después de endeudarse. Gana la banca, como siempre. Hoy, trabajamos más, cobramos menos. Las pensiones de los jubilados, congeladas. Los funcionarios, con el sueldo recortado. Los autónomos, trajinando el doble y ganando la mitad. (Ah, pero la economía sumergida continúa buceando saludablemente en la ciénaga del dinero negro. En eso, seguimos siendo campeones. Estamos 10 puntos por encima de la media europea en cuestión de fraude; también en tasa de desempleo).
La vida está carísima. El recibo de la luz ha subido casi un 50% en poquísimo tiempo. Muchos hemos vuelto al candil y lamentamos que el frigorífico no funcione con velas de sebo. El tabaco, que ya no se puede fumar, se está poniendo tan prohibitivo (dicho sin sarcasmo) que algunos creen que hay drogas más baratas, y mejor consideradas socialmente, puesto a destrozarse uno mismo la salud… La gasolina alcanza máximos. Los países productores de petróleo –esa pandilla tan simpática– tampoco pierden nunca, como la banca. Los cereales andan por las nubes. Y el azúcar, y los tomates… La cesta de la compra pesa más por lo que cuesta que por lo que contiene. Hay quien compara y se pregunta por qué un político tiene suficiente con siete años de cotización a la Seguridad Social para obtener el derecho a cobrar la pensión máxima, mientras un currito español, de los que de verdad están en el tajo, necesitará treinta y cinco años para poder percibir su miseria correspondiente. Se preguntan por los altos cargos de la administración nombrados a dedo, y por los demás enchufismos que perviven, a la manera franquista, en la vida pública española…
(Bueno, pero ya ha terminado el inquietante Estado de Alarma aquel. No sé de qué nos quejamos).