Galicia
48 horas horribilis en Moncloa
Desde hace meses, al jefe del Gobierno ya no le sonríe la fortuna. La legendaria «baraka» («bendición divina» en árabe) que parecía ligada a su existencia política le ha dado definitivamente de lado. Como botón de muestra, cuando aún no ha salido de un charco se mete en otro más profundo si cabe que el anterior. En algunos casos, por responsabilidad propia y, en otros, como en éste, por culpa de otros.
Fuera como fuese, la realidad es que lleva unos meses en los que no levanta cabeza. Aunque nada comparable con las últimas 48 horas, en las que se ha visto forzado a decretar, por primera vez en 32 años de democracia, el Estado de Alarma. La Constitución prevé la adopción de esa figura en casos excepcionales, como los vividos en España con un espacio aéreo cerrado a cal y canto durante 24 horas por la «irresponsabilidad» de los controladores.
Pero antes de llegar a ese punto, su infortunio ha ido creciendo exponencialmente. Antes del verano acarició el espejismo de una calma de los mercados, que el tiempo demostró esfímera, tras la adopción de las medidas de ajuste sociales más duras de la historia.
Mientras, los mercados no le daban ni media tregua, en plenas vacaciones estivales, el país vecino y amigo alauí volvió a las andadas y midió sus fuerzas con España. El conflicto larvado con Rabat vivió este viernes un capítulo más. Marruecos amenazó con revisar sus relaciones con España. Pero, sin duda, las peores horas del actual Gobierno corrieron a cargo en esa jornada de los controladores aéreos. Alfredo Pérez Rubalcaba, experto en capear temporales de todo tipo, asumió con mano de hierro las riendas de la situación y soportó sobre sus hombros la noche más larga de la dos Legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero.
9:00 horas del viernes. A unas horas del éxodo masivo de ciudadanos al amparo del puente de la Constitución, José Blanco dió la voz de alarma en el Consejo de Ministros sobre problemas causados por los controladores en Galicia. De hecho, el día anterior la ausencia de este personal en el centro de Santiago de Compostela obligó a retrasar en cascada los vuelos previstos. Ante este escenario nada halagüeño, Zapatero decidió curarse en salud e incluir en el real decreto de medidas de ajuste anticrisis un paquete destinado a «meter en cintura» a los controladores, después de meses de retrasar la adopción del mismo.
14:00 horas del viernes. Al término del Consejo de Ministros, Elena Salgado explicó las medidas del decreto, incluida la de la aclaración del horario de los controladores, fijada por Aena, así como la privatización de la mitad de su capital. Sin embargo, para no generar la alarma entre los ciudadanos, según fuentes gubernamentales, guardó silencio sobre las otras dos dirigidas a este colectivo (la consulta previa de un facultativo en el centro de trabajo antes de que un controlador decida unilateralmente ausentarse del mismo y la militarización del espacio aéreo). Zapatero creyó que estas medidas frenarían en seco a los controladores. Sin embargo, Defensa no disponía de personal militar suficiente con la habilitación necesaria para asumir en la práctica el control aéreo.
21:30 horas del viernes. A lo largo de la tarde, el presidente, atrincherado en La Moncloa, recibe con escepticismo las noticias del cierre de Barajas. Momentos antes, Blanco convocó un minigabinete de crisis en Fomento, al que se incorporó Rubalcaba y Chacón. A partir de ese instante el vicepresidente asumió las riendas de la situación y desplazó a un segundo plano a Blanco. Con un país inconmunicado por aire, no sólo se encargó de dar la cara ante los españoles, sino también de imponer con mano de hierro la soluciones. Amén de mantener puntualmente informado al presidente.
2:00 horas del sábado. La suerte está hecha y el Gobierno decide aprobar en un Consejo de Ministro extraordinario un decreto que activa el Estado de Alarma. Desde la sede de Fomento, Rubalcaba siguió los acontecimientos de la noche en calidad de vicepresidente primero, pero, sobre todo, de ministro del Interior. En esas horas la mayor preocupación del Gobierno residía en evitar a toda costa incidentes graves, que, prácticamente no se produjeron gracias a «la lección de civismo dada por los ciudadanos».
9:00 horas del sábado. El Consejo de Ministros dio su plácet al decreto del Estado de Alarma, con un efecto inmediato: la movilización de los controladores. En caso contrario, incurrirían en un delito de desobediencia tipificado en el Código Penal Militar. Por petición del presidente, se incorparon a la reunión el Fiscal General y el Abogado del Estado, como asesores jurídicos.
Además, se activó el gabinete de crisis, presidido por Zapatero e integrado por los tres vicepresidentes, los ministros de Defensa y Exteriores. Al filo de las doce de la mañana, un Rubalcaba apenas sin dormir comunicó la aprobación del decreto, que lleva la rúbrica del presidente y del Rey, de viaje en Argentina, y tiene una vigencia de quince días. Mientras, Zapatero telefoneó a Mariano Rajoy, atrapado en el aeropuerto de Lanzarote, para ponerle al corriente de la situación. Jaúregui hizo lo propio con los portavoces de los grupos parlamentarios.
20:15 horas. Rubalcaba informó del fin del «chantaje». De paso, lanzó un doble mensaje. El primero destinado a los controladores, a los que Aena les abrió expediente. «Asumirán hasta sus últimas consecuencias sus responsabilidades civiles y penales», avisó. El segundo lo dirigió a los ciudadanos: «Garantizamos que esta situación no se volverá a producir nunca más. Ni en Navidad ni después de Navidad». Para ello, el Gobierno aplicará con «firmeza y determinación» la ley. Por tanto, no descarta prorrogar el Estado de Alarma, previa petición al Congreso.
El juego de las sillas sin Zapatero
El caos no sólo se apoderó ayer de los aeropuertos españoles, sino también de La Moncloa. La situación no era para menos. Por la mañana, mientras se celebraba el Consejo de Ministros extraordinario, los pasillos del Palacio eran un hervidero de rumores sobre quién comparecería al término del mismo para dar cuenta de una histórica noticia: la activación, por primera vez en 32 años de democracia, del Estado de Alarma. Incluso algún asesor monclovita dio por hecho que sería el propio Zapatero quien daría la cara ante España. Al final, la colocación de la sala de prensa, con dos sillas y una mesa, despejó la incógnita: Rubalcaba era el encargado de lidiar con los medios. Zapatero comparece siempre de pie y no sentado.
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