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El final del paseo por Santiago Martín

La Razón
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V an a darles el paseo». Así se decía de aquellos que eran llevados por los milicianos y republicanos a las tapias de los cementerios para fusilarles. La mayoría de ellos no había cometido otro delito más que ser fieles a Jesucristo. Fueron asesinados no por sus opciones políticas –por las que no deberían haber sido ejecutados, en caso de haberlas tenido-, sino por el «odio a la fe» que animaba a los que les mataron. No importaba si eran niños o ancianos, hombres o mujeres, laicos o curas; fueron fusilados tanto embarazadas como adolescentes, familias enteras o individuos aislados a los que el azar había puesto en el camino de sus asesinos. En el caso de los que acaban de ser beatificados –un grupo de jóvenes oblatos,- la única motivación fue el deseo de destruir a la Iglesia. Pero también son evidentes dos cosas más: que, dejándoles elegir, prefirieron la muerte antes que traicionar a Jesucristo, y que murieron perdonando a los que les fusilaban. Por eso son mártires y por eso la Iglesia acaba de elevarles a los altares, proponiéndoles como intercesores y modelos. Ha sido el final de aquel paseo que les llevó de su convento de Pozuelo a la tumba de Paracuellos. Pidamos su intercesión para esos «indignados» que este verano gritaban en Madrid que iban a volver a prender fuego a las iglesias como en el 36. El tiempo del odio no ha pasado para los asesinos.