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Los peligros de un mandato inacabado por Gustavo Tarre Briceño

La Razón
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Chávez lleva 14 años presidiendo los destinos de Venezuela y acaba de ser reelecto. Gobernará, si su salud se lo permite, hasta 2019. ¿Qué ha ocurrido? ¿Cuál es el futuro del chavismo como fuerza política, como tesis ideológica y como ductor del Gobierno del país con las reservas petroleras más grandes del mundo? La primera pregunta tiene una respuesta compleja. Indudablemente, el presidente mantiene una comunicación privilegiada con su pueblo. Sin importar su ejecutoria de gobierno y la mediocridad de sus resultados, los venezolanos, entre Chávez, desgastado, enfermo y envejecido, y Capriles, joven y enérgico, escogieron al primero. Además de la conexión emocional, tuvo mucho peso el descomunal aparato del Estado y del dinero público. El miedo de un funcionariado (más de 2,5 millones de empleados) y un número infinito de destinatarios de programas sociales a perder sus empleos o sus beneficios tuvo también mucho que ver con el resultado.

Sobre estas bases, puede uno preguntarse: ¿qué suerte le depara al chavismo el futuro? El primer factor a tomar en cuenta es la salud del presidente. Nadie, fuera del círculo más íntimo de Chávez, sabe a ciencia cierta cuál es la naturaleza exacta del mal que le afecta. Lo que sí parece evidente es que no está curado. Su campaña evidencia una salud precaria. ¿Cuánto afectará eso al Gobierno? ¿De qué tiempo dispone el presidente para hacer «irreversible» en proyecto revolucionario que encabeza? Según la Constitución, si se produce una ausencia absoluta del presidente en los cuatro primeros años del sexenio, deben producirse nuevas elecciones.

El segundo factor tiene que ver con la economía. Los grandes fundamentos de la economía venezolana están resquebrajados: la producción petrolera está estancada; las numerosas expropiaciones han generado un sector público de la economía muy poco eficiente y bastante corrompido; un número abultado de empresas han cerrado sus puertas o han pasado bajo el control del Gobierno, lo que ha conducido a un país que importa casi todo lo que consume. La deuda externa se ha multiplicado por cinco; el consumo ha crecido exclusivamente por el gasto público. Las cifras de crecimiento se limitan casi exclusivamente a los hidrocarburos y al sector servicios. La inflación es la mayor de América Latina. La situación social tampoco es buena. A pesar de los subsidios masivos a los sectores más desposeídos, hay un deterioro tremendo de la calidad de vida, de los servicios públicos, de la infraestructura. Venezuela es hoy uno de los países más violentos e inseguros del mundo. Todo esto impone rectificaciones y ajustes por parte del Gobierno. Pero la radicalización de la «revolución bolivariana» es contraria a la eficiencia y a la modernidad. Un presidente que ofrece volver a transacciones basadas en el trueque, que desconoce el papel del mercado en la economía, que privilegia la lealtad en detrimento del conocimiento, que no tiene interés en la exportación, no está dispuesto a corregir mucho. Seguramente habrá cambios en el equipo de Gobierno, pero no creemos que signifiquen nada sustancial. Chávez ha ofrecido ser «un mejor presidente». Nos preguntamos: ¿qué significa esa mejora? ¿Le dejará la salud desarrollar sus planes?

 

Gustavo Tarre Briceño
Abogado constitucionalista y ex diputado venezolano