Novela
Rostro penal
Acertar con una mujer hermosa que sea la envidia de los otros, que aplaque tus deseos y mejore tu vida, es el sueño de cualquier hombre, incluso reconociendo que tampoco estaría mal que fuese comprensiva con tus errores, alimentase con su orden la vida interior de la nevera y te ayudase a combinar bien los calcetines. ¿Quién se resistiría a esa mezcla de belleza, sensatez y apoyo logístico? Alguien como ella es el objetivo de muchos hombres y sin embargo luego resulta que al cabo de un tiempo lo que de verdad deseamos es que se cruce en nuestro camino una mujer con la torva perfección de su rostro marcada con el asterisco de una cicatriz inconfesable, una mujer cuya boca al hablarnos de cerca parece recién disparada. Sabemos que no podríamos confiar en ella sin arriesgar al mismo tiempo la reputación, la familia y el dinero, pero por alguna razón siempre hay en nuestras vidas un agujero en el que no nos importaría caer, una tentación a la que nos parecería absurdo resistirse, un error que creemos que sería imperdonable no cometer. De todas las cosas que ocurren en la vida de un hombre, las más interesantes suelen ser aquellas que le produce vergüenza confesar, igual que de la excitante perversidad de un beso lo mejor es la mancha de carmín que se fue a la lavandería agarrada como una sanguijuela en el cuello de la camisa. No se trata de renegar de la vida corriente, ni de evadirse de la felicidad de lo cotidiano, sino de admitir el encanto esporádico de los placeres indebidos, la atracción de lo ilegal, la seducción de lo que en principio parece reprobable. Lo cierto es que el placer de la disipación está al alcance de cualquiera y solo es cuestión de tardar en volver a casa por culpa de haberte parado a tomar la última copa en un bar en el que alguien te comentó que suele demorarse de madrugada aquella mujer de la que se dice que es capaz de hacer con su cuerpo y con su vida lo que tú a duras penas podrías hacer con la imaginación. Sabes por referencias del caso de otros hombres que se malograron a su lado y hasta perdieron las deudas. Tú decides. Espera por ti en casa la mujer dulce, decente y organizada en cuya conciencia solo le estorba el sueño el estribillo de la cisterna del retrete. ¿Qué conseguirás si no vuelves pronto a casa y cedes a la tentación de la solitaria fulana? ¿Qué perderás? ¿Importa eso? Puede que por ceder a la maldita tentación te sientas sucio y ruin, y que tu conciencia te llame sórdido y traidor, pero, ¿sabes?, a veces la vida consiste en imaginar el rostro excitante y penal de Barbara Stanwyck estampado como blonda en la contraportada de la Biblia.
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