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Gracias por el trabajo bien hecho por Manuel Calderón

La Razón
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El fútbol, como todo lo que ha inventado el hombre, tiene cosas buenas y otras malas. Entre las buenas, citaremos una de escasa utilidad social: el fútbol siempre es lo mismo. Nada ha cambiado: se repite el mismo lenguaje construido con expresiones tan absurdas como decir «la pelota no quiso entrar» (ni que fuera un ser inteligente...), pero que nadie se atreve a contradecir; al entrenador se le llama «míster», incluso se le habla de usted, y oír recitar una alineación es oír un endecasílabo perfecto, sobre todo si es la de tu equipo. Es como la madalena de Proust –salvando las distancias o alterando todos los cánones–, cuyo olor le trasladaba a un tiempo pasado que siempre puede rememorar. El fútbol es la madalena de las masas anónimas, que saben reconocer el sonido de la bota en el cuero en esos silencios sagrados que extrañamente se producen en los estadios, el mismo sonido de siempre. Dicen que nos gusta la música porque nos produce placer descubrir qué nota le sucede a otra antes de llegar. Tal vez eso mismo pasa con el fútbol: nos gusta imaginar el dibujo de una jugada cuando el jugador tiene la pelota en los pies porque la hemos visto miles de veces. Pues bien, esas masas anónimas se echaron ayer a la calle y le pusieron cara a la alegría, una alegría sincera y noble, de agradecimiento por el trabajo bien hecho. Porque las cosas se pueden hacer bien.