Sevilla
La Vuelta al ruedo
La noche, elixir que calmaba la ansiedad de Adamo, ha dado un nuevo impulso a la Vuelta, en mala hora víctima de una de aquellas ocurrencias de José Miguel Echávarri, quien, para justificar la ausencia de Indurain, contaba que los buenos estudiantes no se examinaban en septiembre. Donde el Giro y el Tour encuentran facilidades y patrocinadores, la Vuelta choca con crisis seculares, intentos de chantaje como el de la Policía Municipal sevillana y el incomprensible desafecto de sus estrellas. Demasiadas zancadillas, y sin embargo me gusta. El primer objetivo del ciclista italiano es el Giro; el del francés, huir de la mediocridad, y el del español, el Tour. Bahamontes descubrió el Edén en 1959 y la aparición de Arroyo y Delgado en los 80 lo convirtió en el santuario de las generaciones venideras.
La Vuelta lleva lustros combatiendo la incomprensión con imaginación. Ha sido pionera en la utilización de nuevas tecnologías y el sábado superó todos los obstáculos posibles y reunió a 250.000 personas en el emblemático circuito de Sevilla. Un espectáculo. Los corredores se unieron a la causa y celebraron la novedad. Flecha, curtido en mil prólogos, destacaba éste: «Ha sido el más bonito que he vivido».
No fue una frivolidad sino un acierto impregnado de la inmensa belleza sevillana, exportada a todo el mundo por la televisión porque el marco, sin duda, resultaba incomparable. La Torre del Oro, el Puente de Triana, la Maestranza, iluminada, espléndida, mensaje de la tauromaquia al universo con una sorprendente y atractiva rúbrica ciclista.
La Vuelta, ahora de la mano de Javier Guillén, se reinventa con atrevimiento y convicción cuando el tesón y el insomnio ya no parecen suficientes. Renovarse o morir, ésa es la cuestión.
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