Sevilla

OPINIÓN: Otros cucos acechan

La Razón
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Los delincuentes comunes no tienen ni un ápice de la grandeza de los personajes literarios. En «Crimen y castigo», la punición más dura para Raskolnikov no es la década en Siberia, sino el atroz remordimiento que lo acompañará toda la vida por haber matado a la pérfida Aliona Ivanovna. Si existe un asesinato justo, fue el concebido por Dostoievski que, sin embargo, muestra su desaprobación total en forma del abrumador sentimiento de culpa que atenaza a su protagonista. Si esa alimaña que responde por «El Cuco» tuviese algo lejanamente similar a la conciencia, rezaría todos los días para hallar el valor suficiente para pegarse un tiro en el paladar. Él sabe lo que hizo el 24 de enero de 2009 y sólo un psicópata desprovisto de toda moral maniobraría para eludir una sentencia condenatoria. Este tipo de gente no es novelesca, sino asquerosamente real, y neutralizarlos es deber ineludible de la Policía, de los legisladores y de la Justicia. No cabe reinserción en quien no muestra discernimiento entre el bien y el mal. «Todo comportamiento que resulta premiado tiende a repetirse», nos enseña la Ley del Efecto. En cada barrio de Sevilla hay un cuco frotándose las manos ante las leves consecuencias del crimen.