Sevilla
Pickman La Cartuja
Que un consejero de la Junta presente una operación empresarial privada resulta sospechoso. Que en la presentación haya dos consejeros es ciertamente una señal de alarma. Eso ha ocurrido en el acto de presentación de la compra de Pickman La Cartuja por parte de un empresario malagueño, al que se le reconoce el mérito de estar vinculado a uno de los mayores concursos de acreedores de los últimos años, el de la promotora inmobiliaria Eve Marina. A la centenaria fábrica sevillana solamente le faltaba un mes para correr idéntica suerte hasta que en su camino se cruzó milagrosamente este generoso samaritano malagueño.
Ha pagado por ella cinco millones de euros, lo que aproximadamente viene a representar la cantidad que algunos equipos de segunda división desembolsan por sus fichajes estrella, aunque con ellos apenas si podrá pagar la mitad de la deuda que la empresa tiene contraída hasta el momento. A pesar de ello, la rueda de prensa en que se daba a conocer tan enjundiosa operación superaba con mucho la capacidad de aforo del camarote de los Hermanos Marx y presentaba un aspecto tan concurrido como el del Arca de Noé minutos antes de declararse el diluvio. Allí estaban el consejero de Economía, el de Empleo, sus respectivos viceconsejeros, la dirección de IDEA, dos altos cargos sindicales de UGT y CC OO, el alcalde de Salteras y el candidato a la Alcaldía de Sevilla, Juan Espadas, que al parecer desde ahora le da a la loza fina como Fernando VII en su día le daba también al billar. A pesar de tanta carambola y de sala tan abarrotada, no hubo un mísero papel con el que poder despachar a la prensa algunas explicaciones escritas, bien sobre los acuerdos que se acababan de alcanzar, bien sobre los compromisos adquiridos o el plan de trabajo en el futuro, siquiera fuera al estilo de esos documentos de márketing en los que nadie se compromete a nada pero que ensalzan con vehemencia el esplendor del pasado y apuntan un glorioso porvenir de éxitos.
Casi como entraron, los periodistas salieron de allí con menos papeles que una liebre y con la previsión a ojo de buen cubero de que en el primer año de trabajo se facturarían cuatro millones de euros.
La historia de Pickman –dos años ya con un expediente de regulación de empleo temporal– se parece tanto a otras como las de Santana o Río Tinto que cualquier día igual nos enteramos perfectamente de por qué no se dieron esos papeles. Apuéstense que ese día nadie tendrá responsabilidad sobre lo ocurrido y ni siquiera recordarán haber estado en la sala.
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