China

Una comunidad hermética por Cecilia García

La Razón
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Vivo rodeada de chinos. No es ni bueno ni malo. Es un dato. En mi calle de Carabanchel sólo en la acera donde vivo tienen cinco negocios: dos bares de los de toda la vida, una tienda donde puedes encontrar desde una pulsera a una escoba y dos de lo que antes se llamaba «tienda de ultramarinos». Incluso hay un supermercado con productos para su consumo interno, al que los demás nos acercamos con curiosidad. Tras ser interceptada la red de mafia no procede estigmatizarlos. Los que conozco trabajan como lo que su propia nacionalidad indica, con una clientela mayoritariamente española o inmigrante como ellos. Sin embargo, a pesar de llevar en España décadas son el colectivo más hermético que conozco. Si hablan entre ellos lo hacen en alguno de sus dialectos. Entre los mayores, si les quitas de su diccionario básico las palabras «café», «botellín», «caña», «vino» o «tortilla» simplemente no te entienden y te contestan en un «span-mandarín» casi ininteligible. Eso sí, saben contar hasta uno y hasta mil si lo que se trata es de cobrar.
A los chinos que conozco los llamamos Rubén o Eva, aunque sabemos que no es su nombre real. No es por ocultismo, es uno de los pocos detalles de familiaridad. Por lo que observo, no ven con buenos ojos que sus hijos adolescentes salgan con otros muchachos que no procedan de China. Es el colectivo de inmigrantes que con más tesón evita la integración: leen periódicos editados en España pero escritos sólo para ellos, ven películas de su país a través de internet y nunca, nunca, se pronuncian políticamente. Ni siquiera se emocionaban cuando ganaban algunos de sus deportistas una medalla en los Juegos. Al menos no lo exteriorizaban. Quizá es un forma de preservar su cultura, posiblemente sea su deseo de vivir lo más discretamente posible, sin dar que hablar ni de más ni de menos. Están en su burbuja y, desde el martes, también un poco asustados. Tanto afán por pasar inadvertidos para terminar viéndose en los informativos. A los que frecuento ni coches de alta gama, ni ropa de marca. Eso sí, pocas veces se sabrá lo que piensan. Son muy suyos.