Escritores
Miedo
La idea de un ente suprapersonal que vigila y castiga al ciudadano indefenso es una de las más pavorosas y fértiles de la literatura. No vamos a caer en el tópico de citar a Kafka, pero mucho más cerca en el tiempo, la Albania de Ismail Kadaré es el espacio en el que los funcionarios del Imperio viajan por los pueblos escrutando los sueños de las personas para controlar el orden social. El máximo del terror consiste en que la Administración –que no tiene rostro y detenta un poder omnímodo– actúe arbitrariamente.
Porque si la Ley no se atiene a la Ley ¿qué puede hacer el particular? «Todos son iguales» dice el cerdo Napoleón en la obra de George Orwell, «pero unos somos más iguales que otros». Que a uno le quiten la posibilidad de conducir su coche por un capricho informático subraya la indiferencia gélida del mecanismo administrativo hacia la persona de carne y hueso. Hay muchos aspectos de esta dictadura.
Cuando, hace nada, recibí el tremendo golpe de la factura del IBI de Madrid de este año y la noticia de que nos lo suben más de un 200 por 100, mis hijos –inocentes ellos– preguntaron el motivo.
–No hay motivo. Ellos mandan.
–Pues no lo pagues, mamá ¿Por qué tienes que obedecer?
Por un instante acaricié la idea de dejar de soltar una pasta gansa por el mero hecho de vivir bajo techo con mi prole. Instantes después, ante la perspectiva de la sanción, el embargo, la cárcel, apreté los dientes y contesté: «Hay que pagar, hijo, por el bien de todos».
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