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El 21 de diciembre, por lógica un día antes de la lotería, Mariano Rajoy se convertirá en el nuevo presidente del Gobierno de España. Y no será una lotería lo que le toque en suerte. Intuyo que acepta el reto, ocho años después de intentarlo, más por coherencia, responsabilidad y servicio público que por vanidad o ambición personal. Porque a estas alturas, su famosa hamaca es un gran hormiguero. Y dice el proverbio chino que «el sabio puede sentarse en el hormiguero, pero sólo el necio se queda sentado en él». Veremos lo que le dura el asiento en el calvario.

Quienes le conocen le definen como realista. Su caída de bruces con la realidad la comenzó en la mili. En su libro, «En confianza», cuenta la anécdota de aquel sargento que preguntaba a los reclutas: «¿Y usted que es?, peluquero, pues a cortar el pelo. ¿Y usted?, sastre, pues a planchar. ¿Y usted?, registrador de la propiedad, pues a la limpieza». Y así fue como el recluta Rajoy estuvo seis meses limpiando.

La limpieza que le tocará hacer ahora en España le durará más de seis meses. Tendrá que sortear la crisis económica, los desafíos de ETA, los referéndum independentistas de País Vasco y Cataluña, las revueltas en la calle y los desperfectos en la Monarquía. Pero su lema es «paso firme y mano tendida». Sin renunciar a lo que aprendió en el Gobierno de Aznar y alejándose del modelo Zapatero a quien Rajoy, al que algunos llamaron «maricomplejines» en la oposición, llegó a calificar de «frívolo, irresponsable, acomplejado, veleidoso, indigno, cobarde, chalanero, taimado, chisgarabís, sectario, agitador, radical y de poco fiar». Justo lo contrario de lo que él quiere ser. En su ideario está representar a todos los españoles, «no hablar de la República, Franco o Leovigildo» (sic), «decir la verdad sobre la crisis» (sic), «no mendigar treguas a ETA» (sic), no alardear sobre Champions en Europa y, desde luego, no llamar republicano al Rey. Treinta años en política y ocho en la travesía del desierto de una áspera oposición, dan tanto de sí que ayudan a aprender en cabeza ajena.

Rajoy se define a sí mismo como un hombre coherente y sin complejos. Y es verdad que literalmente le importan un comino las disquisiciones que algunos puedan hacer de él. «Mariposón», le llamó Guerra, y él no movió una ceja para rebatirlo. El tiempo, que es su mejor aliado, ha demostrado que su bastón, su mejor consejera, es su mujer. «Se aprende de quien no nos da la razón», –dice él– y Viri es la única que le lleva la contraria, vehementemente si es preciso.

El hombre a quien quisieron desgastar arrumbado en una hamaca, está haciendo bien los deberes estos días. Sin que le cambien el paso los editoriales de los periódicos. Determinación que no le librará de lo que le viene encima. «Si en los seis primeros meses no me montan tres huelgas generales, no lo estaré haciendo bien», –piensa, según afirma un estrecho colaborador–. Siguiendo su proverbial frase «como Dios manda», ahora, más que nunca, toca decir: «Que Dios reparta suerte...»