Cataluña

Campaña decepcionante

La Razón
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La campaña de las elecciones catalanas se cerró anoche con más pena que gloria para el tripartito fundamentalmente, que cuenta las horas para redactar su obituario. En general, no han sido días brillantes para una parte de la clase política que se ha desentendido de la ciudadanía e incluso de la coyuntura política y económica. Con alguna excepción, los partidos no han sabido responder a las inquietudes de la sociedad, algo que, por lo demás, ha sido la tónica en los últimos años. Se ha dejado pasar otra oportunidad para acercarse a los problemas reales de la gente y para cerrar la brecha de esa desafección gradual entre representantes y representados, responsable de la honda pérdida de confianza en buena parte de los dirigentes.

Cataluña es un territorio con importantes problemas. Una comunidad con 700.000 de sus ciudadanos en paro y con 15.000 empresas cerradas por la crisis merecía algo más que un puñado de vídeos más o menos intrascendentes y unas propuestas programáticas fantasmales. Es una apuesta sobre seguro que una inmensa mayoría del electorado desconoce las recetas de buena parte de los candidatos para salir de la crisis tras semanas de precampaña y campaña.

Es lógico que una de las principales preocupaciones sea el nivel de la abstención, sistémica en Cataluña desde hace varios comicios y que produce, por ejemplo, que un 12,3% del electorado no vote en las autonómicas y sí en las generales. Si la movilización depende de los reclamos más o menos porno, de las irrupciones chabacanas y los episodios chuscos que han marcado una parte sustancial de la oferta política, puede que la desbandada ciudadana alcance ese 50% que auguran las encuestas, y que, por lo demás, sería una debacle y una prueba irrefutable de la decadencia de una forma de hacer y entender la política.

Pero las generalizaciones son injustas. La campaña del PP ha significado la cara de la moneda y ha servido para constatar la consistente dinámica del partido bajo el liderazgo de Alicia Sánchez-Camacho, que ha contado con la constante presencia de Mariano Rajoy, sabedor de la trascendencia de Cataluña en la suerte de España. A diferencia de otros, los populares han protagonizado una campaña cercana a la gente, más humana, y han sabido conectar con las dificultades reales de la calle. Lejos de los debates estériles identitarios, han priorizado la crisis, el paro, la inmigración, el modelo educativo y el sistema sanitario en el marco de una Cataluña constitucional.

El voto de la centralidad y la moderación a los populares debe servir de contrapeso a los excesos ante la posibilidad de una mayoría holgada de CiU. Una posición estratégica del PP tras el 28N no sólo resultaría relevante por su proyección nacional, sino también la garantía de una gestión eficaz de los problemas que afectan a los catalanes. La derrota del tripartito no es sólo de sus tres socios, sino también del PSOE que permitió las excentricidades de Maragall. Lo es también de Zapatero que no supo o no quiso poner punto final a un experimento que le beneficiaba a corto plazo. Los excesos del tripartito han perjudicado la imagen de Cataluña y han provocado confrontaciones tan innecesarias como el Estatut. Como dijo Rajoy, el cambio comienza en Cataluña.