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Ayuda letal por Cristina López Schlichting
Una de las cosas más inquietantes de los partidarios de la eutanasia es su afán misionero. Antes de la aprobación de esta práctica en Holanda, la fiscalía general hizo en 1991 una encuesta entre los médicos prometiéndoles no tomar represalias judiciales si revelaban prácticas ilegales. El estudio, llamado Informe Remmerlink, mostró que 4.000 personas habían recibido dosis letales de morfina sin consentimiento. En otros 1.040 casos los doctores habían provocado de manera «más activa» la muerte. También sin preguntar al paciente, pese a que el 40 por 100 estaba en condiciones de pronunciarse. Las razones aducidas fueron «terminar con un gran sufrimiento del enfermo», «acortar la angustia de los familiares» o «dejar una cama libre». No hace mucho, en España, el hospital Severo Ochoa de Leganés fue epicentro de un escándalo sobre sedaciones sin consentimiento. Pese a que los tribunales no pudieron probar mala praxis, porque los cadáveres habían sido incinerados, el Colegio de Médicos de Madrid denunció prácticas irregulares en más de 30 casos. Existe una presión para que conceptos como eutanasia, eugenesia, aborto y suicidio asistido formen parte del vocabulario asimilado a la «muerte digna». Supongo –porque no quiero pensar mal– que los promotores buscan desesperadamente eliminar el dolor de la existencia. Creen de veras que la muerte de enfermos, depresivos, ancianos o fetos discapacitados va a reducir el mal y aumentar nuestro bienestar. No sólo considero imposible eliminar el sufrimiento radicalmente, sino que estoy convencida de que ese intento sólo multiplica el castigo. Cada niño discapacitado que deja de nacer nos priva de una compañía enriquecedora. Cada enfermo sometido a eutanasia es una victoria de la cobardía y la debilidad de quienes le rodean. Cada suicidio es una derrota colectiva. La vida no es una aventura individual. Nuestra única elección consiste en acompañarnos en la discapacidad y la desgracia –que siempre nos acontecerán– o abandonarnos mutuamente a nuestro triste destino. El motivo de las campañas fanáticas es el miedo. Pero el miedo aumenta –en lugar de disminuir– al mismo ritmo en que hacemos de la enfermedad o la muerte un mito espantoso en lugar de un proceso natural. Sólo se entiende el afán de los partidarios de la muerte digna o el aborto si se consigue imaginar un miedo cerval. El Informe Remmerlink incluía la investigación de casos concretos. Nunca se me olvidará el de una monja católica, perfectamente lúcida, a la que el médico eliminó. «Padecía grandes sufrimientos –explicó el doctor– y la ayudé sin preguntarle nada porque sabía que su fe le impedía optar libremente». Guárdenos Dios de semejantes misioneros ni de cobardes tan generosos con el prójimo. Vayan ustedes esta tarde a las manifestaciones a favor de la vida en toda España. Por la cuenta que les trae.
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