Japón
La tragedia antídoto contra el suicidio
La sociedad japonesa, uno de los países con mayores tasas de suicidio (36 de cada 100.000 hombres y 14 de cada 100.000 mujeres, según la OMS), se ha enfrentado en una semana a un terremoto, un tsunami y una emergencia nuclear.
Cabría pensar que hasta las mentes más equilibradas sucumben a la desesperación y, una vez perdido todo y con la sombra de la radiación en la cabeza, quitarse la vida puede ser una opción. Más cuando en el país nipón el suicidio ritual es una acción honorable, una salida digna frente a una vida con verguenza. Sin embargo, los psiquiatras no creen en ese escenario dadas las particularidades culturales de Japón, ni tampoco en el llamado estrés postraumático que sucede a las grandes tragedias. «El japonés vive absolutamente integrado en un grupo, que es más importante que su condición como individuo. Tiene más fidelidad a ese colectivo entendido como empresa, grupo social o incluso a los antepasados que a sí mismo. Hay un gran compromiso institucional. Por tanto, mientras en estos duros momentos se sienta integrado en una estructura, perciba que tiene una función para salvar o reconstruir el país, un papel definido, mientras sea así, la idea del suicidio no pasa por su cabeza. Lo peor es que parezca que no pueden hacer nada, porque ese sentimiento de eficacia es un protector», explica el catedrático de Psiquiatría, Luis de Rivera, autor de «Los síndromes de estrés».
Por su parte, el presidente del centro de Investigación Biomédica Euroespes, Ramón Cacabelos, trabajó diez años en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Osaka (Japón), añade que «el suicidio tiene un componente bioquímico y orgánico común a toda la humanidad, pero luego hay grandes diferencias en la cultura y la educación. En ese país tiene un componente moral. Se quita la vida una persona que ha deshonrado a la sociedad, a su familia y a sí mismo. Pero si está protegido e integrado en un grupo no es algo por lo que se decante. Tras la Segunda Guerra Mundial, después de los cientos de miles de muertos de Hiroshima y Nagasaki, la sociedad se creció en el castigo y nunca esas grandes desgracias fueron motivo de suicidio».
El psiquiatra Alberto Fernández Liria, refrenda que «enfrentados a ese desafío tan importante como colectivo no siempre se producen cuadros de estrés postraumático, pero podrían darse si la información que reciben por parte de las autoridades o las instituciones va perdiendo credibilidad». De Rivera, añade que el estrés postraumático es más grande cuanto más tenga que ver la mano del hombre en la situación trágica. Por ejemplo, un torturado sufre más que la víctima de un atentado y éste más que la víctima de un desastre natural como en este caso. La clave es el grado de intencionalidad humana para hacer daño. Eso sí, si bien el terremoto no es culpa de nadie la gestión de la crisis nuclear puede degenerar en dudas y la sociedad es muy intolerante con esa pérdida de credibilidad en la actuación de las autoridades y que se fragmente la cohesión social. Pero creo que lo harán bien y no tendrán las secuelas de si hubiera ocurrido lo mismo en nuestras sociedades, mucho más individualistas».
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