Educación
El «demos» español por Ángela Vallvey
Democracia. La palabra –no el concepto político– arraigó hace más de tres décadas en una España exhausta y enfebrecida tras la dictadura (que fue el castigo de la historia por su historia). Si bien, un país que carecía de tradición democrática, en el que escaseaban las mentes preparadas para la democracia y acostumbradas a ella, a duras penas se entendió el «nuevo» sistema político democrático. Y, de alguna manera, durante todo este tiempo se ha sustituido la falta de auténticas mimbres políticas de libertad y responsabilidad por una amalgama confusa, lacrimógena, y bastante atractiva desde el punto de vista popular, de consignas que han formado una potente corriente de pseudo-igualitarismo subdemocrático que proclama que todo el mundo tiene derecho a merecer más y más de cualquier cosa que se le ocurra. Entre unos y otros han complicado, liado y olvidado la muy noble cuestión principal: la igualdad de oportunidades (que todos los ciudadanos tengan los mismos derechos y oportunidades sin discriminación alguna), y han terminado instalando en el imaginario colectivo un argumento social perverso según el cual no es preciso luchar por nada, trabajar por nada, merecer nada, destacar en nada, mejorar en nada… porque, al fin y al cabo, lo «democrático» es que todos seamos iguales; el Estado lo garantiza. Así, la educación no ha valido nada durante décadas porque lo importante no era aprender y mejorar, sino «socializar». Y la democracia una suerte de inagotable beneficencia pública basada en un sistema impositivo saqueador de los bolsillos privados, que empobrece las «oportunidades» y el conocimiento de los individuos y, por tanto, de las naciones. (¿Para qué estudiar, trabajar, esforzarse y sufrir privaciones intentando ser mejores, si eso es algo «elitista» y tenemos garantizada una miserable igualdad?).
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