Déficit público
Al alcalde
Señor alcalde de Madrid, llevo doce años haciendo teatro con personas sin hogar, sin techo. Y hago este matiz porque hay mucha gente que tiene techo pero no tiene hogar, otra de las penas de las grandes y deshumanizadas ciudades. Los llamados «indigentes», palabra que ellos detestan y que no corresponde a la realidad de muchos, no suelen tener ni hogar ni techo. Pero la mayoría tiene otras muchas cosas: experiencia de la vida, sensibilidad, raíces rotas, empatía, herida, dignidad… Porque verá, las personas sin techo no son un grupo homogéneo con las mismas circunstancias y deseos. Al contrario, estas personas son muy diferentes entre sí, mucho más de los que pertenecemos al «conjunto». Porque ellos no han seguido el guión marcado. Por nadie. Y eso es lo primero que hay que tener en cuenta a la hora de pensarlos. Hay nuevos sin techo excepcionales, por circunstancias de esta crisis de la que no son precisamente responsables. Estos necesitan trabajo y respeto, nunca albergues. Hay personas sin hogar por problemas de adicciones o enfermedades mentales que sí quieren integrarse, curarse y volver a lo establecido. Estas personas sí aceptan albergues y todo tipo de ayuda social. Pero no tienen mucha. Algunas oenegés y esos lugares en los que usted quiere que pernocten y que, si no me falla la información, carecen de plazas, horarios y ubicaciones razonables. Hable con ellos. Por último, están los que no quieren techo y cuya opción vital es despertarse viendo el cielo; con esa libertad difícil de entender para los que aman los palacios. Pero la calle es un espacio público, abierto, de todos. Y el cielo, alcalde, no se le puede negar a nadie.
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