Nueva York
«Estoy loca por Miller»
El libro «Marilyn Monroe rubia 94-58-91» recrea la vida de la actriz, sus cartas y diarios y su necesidad de sentirse protegida por un hombre
Cuaderno Rosa
12 de enero de 1951
¡Estoy loca por Arthur Miller! Tiene para mí el efecto de una bebida fría cuando tienes fiebre.
He colgado una foto suya en la pared de mi habitación y la he puesto al lado de la imagen de Lincoln que compré el año pasado. Estoy leyendo la biografía del presidente, de Carl Sandburg, que él me recomendó, y me doy cuenta de que los admiró por igual a los dos.
¡Necesito tanto sentirme pequeñita ante una figura generosa, valiente y paternal! Comprendo que no puedo decirle algo así a Kazan sin que me dé la lata con lo de que me psicoanalice, ¡ni que yo fuera millonaria! Cuando sea una gran estrella ya veremos.
Y entretanto noto que ya le he entregado a Arthur todo mi corazón. Y eso que aún no nos hemos ido a la cama y que todavía puede que pasen años antes de que lo hagamos.
Pero que no lo hagamos hecho me parece lo de menos frente a alguien que, casi sin hacer nada, me solivianta y perturba tanto como él. Si es que me mojo, sólo con que me mire un poco así..., que ni puedo pensar en ello y seguir escribiendo como si tal cosa...
Se trata de un escritor que está entre los más famosos de este país. Seguro que con él aprenderé muchas más cosas que con el despectivo y cínico Kazan, porque él ni es pedante ni engreído, como la mayoría de los intelectuales que pululan por Hollywood, dándose importancia entre ellos pero convirtiéndose en rastreros gusanos en cuanto aparece un productor o un agente importante.
Él es todo un caballero. No tiene nada que ver con mi «amigo» el mariquita retorcido de Capote. Y no es que no tenga pasiones, sino que sabe controlarlas, del mismo modo que le gusta ser parco en palabras.
Truman hace gala de una verborrea de charlatana insoportable y, en cambio, cuando Arthur se pone a hablar, lo hace fabulosamente y sabe transportarte, dicreta y hábilmente, sin que te des cuenta, al mundo de su fantasía, que es lo que más puede gustarle a una mujer.
También se le nota a la legua que está acostumbrado a tratar dulcemente, pero con firmeza, a los niños. Seguro que es un padrazo y comprendo que no quiera separarse de sus hijos.
Igual sabe conversar con un guardacoches y tratarlo como un príncipe, por negro que sea. Lo hace todo con sencillez y encanto, como el auténtico paladín de los oprimidos que es, comprendo que tenga fama por eso y es que eso, la verdad, a mí me pone caliente, ¿qué le voy a hacer?
Luego está lo atractivo que es, sin darse ninguna importancia. Es todo lo alto y fuerte que una se pueda imaginar y en cuanto a guapo, pues es guapísimo. El hombre más guapo de América después de Marlon Brando, como me atreví a decirle antes de que se marchara a Nueva York.
Es una pena que haya dejado de llevarse bien con Kazan, al que considera un traidor a sus propias ideas, y que no sea capaz de perdonarle lo que considera su cobarde y acomodaticia posición ante el Comité de Actividades Antiamericanas.
Yo preferiría que fueran amigos –aunque ya no tenga nada que ver con Elia–, pero me temo que a Arthur lo que de verdad le pasa es que no le perdona a su antiguo compañero de luchas políticas que haya sido mi amante durante casi un año, mientras él me deseaba con toda su alma, sin querer confesárselo. Eso opina también Natasha.
Otra cosa que adoro de él es que nunca me ha hecho sentir inculta, ni vulgar en modo alguno, como hacía continuamente el cerdo de Karger.
¡Oh, Dios! Juro que estoy loquita por ese judío y si rompiera con su mujer mañana –ojalá– y decidiera pedirme matrimonio, dejaría al hombre que tuviera entre manos en ese momento, aunque fuera el presidente de los Estados Unidos, y me casaría con él –al diablo los tontos complejos de culpa– al día siguiente.
Tengo que tener cuidado de no expresarme como aquí en las cartas que le escribo. La Lytesss tiene razón, cuando dice que soy demasiado impulsiva si me gusta un hombre y que recuerde lo que pasó con ese argentino tan guapo, al que luego no sabía quitármelo de encima.
Marilyn MONROE
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