Comunidad de Madrid

El Reina Sofía se confiesa

Ha cumplido veinte años, aunque el camino hasta llegar a la celebración de ayer no ha sido fácil. Los seis directores que ha tenido el museo no repetirían la experiencia, a excepción de Tomás Llorens, su primer inquilino, que sí volvería.

La Reina, durante el acto de celebración del veinte aniversario del Museo Reina Sofía
La Reina, durante el acto de celebración del veinte aniversario del Museo Reina Sofíalarazon

Los coches oficiales aparcados frente al Museo Reina Sofía en la plaza de Sánchez Bustillo daban la clave de que el día de ayer no era uno más. El centro acaba de cumplir veinte años, que no son nada, y con esa percha y otra de envergadura similar –la reordenación de la colección de pintura de 1945 a 1968– abrió sus puertas al mundo del arte, la cultura, la banca, y dejó pasar a los políticos que contribuyeron a la puesta en marcha de la institución, primero centro de arte que después se convertiría en museo.

Doña Sofía inauguró la nueva piel que luce la cuarta planta, con casi un millar de obras expuestas, y junto a ella estuvieron dos ministros (Cultura y Educación), la vicepresidenta segunda (Elena Salgado), un ex presidente del Gobierno (Felipe González), tres ex ministros (Carmen Calvo, Javier Solana y Carmen Alborch), la presidenta de la Comunidad de Madrid (Esperanza Aguirre)... La lista se antoja interminable. Sin embargo, el día en que el Reina Sofía se puso de largo, el foco apuntaba a los cinco ex directores del centro y a su actual responsable, junto a quienes estuvo Carmen Giménez, impulsora del proyecto artístico, aunque nunca llegó a dirigirlo. La foto histórica, qué duda cabe, estaba protagonizada por Tomás Llorens (1988-1990), María Corral (1990-1994), José Guirao ((1994-2000), Juan Manuel Bonet (2000-2004), Ana Martínez de Aguilar (2004-2007) y el actual inquilino de la casa, Manuel Borja-Villel, en el cargo desde 2007. Posaron delante de Millares, Saura, Tàpies y otros compañeros de generación.

Era su día. Algunos de ellos vuelven con frecuencia, como Guirao, al frente ahora de La Casa Encendida, al que le traen las salas buenos recuerdos, pero que, sin embargo, no querría ocupar de nuevo el despacho de director, «porque todos hemos tenido nuestra oportunidad».

«Follón mediático»

Martínez de Aguilar, que no deja de sonreír y que atiende con paciencia a quien se le acerca, hace una confesión en voz baja: «¿Repetir? No lo sé. Sí, si tuviera el apoyo necesario. En la vida te toca hacer algo en un momento concreto, y yo lo hice». Al preguntarle cómo se juzgó su paso por el museo señala que «depende de a quién le pregunten. Mediáticamente se organizó un follón considerable, pero todo pasa». Juan Manuel Bonet, con Monike, rubísima, siempre cerca, no quiere entrar a valorar sus añoscomo director, aunque ha decidido olvidar lo malo: «No fueron cuatro años de especial agitación, aunque ahora te digo una cosa, me molestaba que dijeran que hacía exposiciones ‘‘de papelitos'' y mira ahora el peso de ‘‘La Codorniz'' y de Ramón. O que soltaran que la parte moderna la hacía Juncosa, a quien precisamente había contratado para eso».

Tomás Llorens, discretísimo, dice en voz alta (es el único) que «sí volvería a dirigir el museo. Me interesó hace 25 años, y hoy también, aunque mi labor fue acogida de manera muy polémica por el mundo del arte español. Mi destitución fue un acto esperado, pero me quedo con lo bueno, que pesa más, mucho más». María Corral sostiene una copa en la mano y sus ojos despiden un brillo especial. No tiene un minuto de descanso, pero ya se ha hecho a esa vida. El Reina Sofía es pasado. «Dejemos tiempo a otra gente», señala. El mismo que ha tardado en ser valorada su labor: «En su día no lo fue, pero hoy ha sido valoradísima. Se llama justicia poética». Y esgrime sus armas en forma de apabullantes cifras: «De las 20 exposiciones elegidas para celebrar estas dos décadas, 14 son mías». Se quedó con ganas de dar forma a la colección: «La monté con lo heredado del Museo Español de Arte Contemporáneo». Si elige una exposición opta por «Cocido y crudo», aunque sin olvidar a Bruce Nauman y Robert Ryman. ¿Siente reconocido su trabajo? Manuel Borja-Villel, pletórico protagonista, está satisfecho: «Si las cosas antes se han hecho bien es más fácil el trabajo. El reconocimiento personal no es algo que me importe, además, mis predecesores han sabido recoger la fuerza de Picasso Dalí, Gris o Miró y sumarle exposiciones a todos los grandes artistas contemporáneos», dice, mientras Guirao mira con elogio el trabajo del actual director, «mucho mejor que la remodelación de la segunda planta». Llorens, que fue el primer inquilino, es contundente: «Esta exposición ha marcado un hito. Ni el Pompidou ni el MoMa han contado la historia de este periodo con tanta riqueza y equilibrio como aquí se hace». Corral se siente orgullosa de «haber dejado el Guernica, el legado Dalí y la dación de Miró después de años de peleas con los gobiernos autonómicos».

Segundas partes...
Bonet se queda donde está («nunca segundas partes fueron buenas», dice ante la pregunta de volver) y explica que «todos hemos dejado nuestro sello» (Guirao dice que «lo de las autorías me suena un poco soberbio»). «Compramos mucho importante y necesario, realizamos exposiciones que revisaban el arte español, algo que tiene bastante que ver con lo que muestran estas salas». Cada uno guarda sus recuerdos; unos se fueron, a otros les abrieron la puerta, pero les une un asunto (seguro que más de uno, también): cierran filas en torno a la Ley del Museo Reina Sofía que verá la luz en 2011. «Era absolutamente fundamental y la hemos peleado todos los directores». Es la voz de María Corral, que habla por seis.


MÁS DE 2,2 MILLONES DE VISITANTES
Manuel Borja-Villel dice que no trabaja, que «sólo incordia» a Rosario Peiró, directora de colecciones del Museo Reina Sofía. Ambos llevan las riendas del museo, que ha alcanzado un número de visitantes difícil de soñar en dos décadas: 2,2 millones anuales pisarán la pinacoteca este 2010. «Vivimos una época de cambio, de crisis, a la que tiene que darse respuesta por medio del arte para ser más libres, más humanos, y no más consumistas ni más espectadores», dijo Borja-Villel, que defiende que el Museo «cuestione ideas preconcebidas, plantee más preguntas que respuestas». En particular, en torno a la historia canónica del arte, la oficial, la escrita sobre el eje París-Nueva York, frente a la que el centro de arte ha contrapuesto una «visión sureña» de grandes figuras como Dalí, Miró y sus seguidores españoles a los que «siempre se les ha considerado menores. Partimos de la realidad española para convertirnos en una referencia cuando se quiere explicar el arte internacional», dijo Borja-Villel, informa Ulises Fuente.