Libros

Libros

Error con almanaque

La Razón
La RazónLa Razón

Mis mayores trataron de inculcarme la idea de que no es conveniente tomar una decisión sin haberla meditado antes. Según me decían, los grandes errores suelen ser la consecuencia de lamentables precipitaciones a la hora de decidir. Los mayores dicen esas cosas porque tienen sobre los jóvenes la ventaja de haber sufrido las consecuencias de sus decisiones irreflexivas. Naturalmente, los mayores nunca nos cuentan que, en realidad, no hacen sino repetir lo que a su vez les dijeron antes sus padres. Por eso yo de joven supuse que no tenían mucha fe en que les hiciese caso y que preferiría hacer lo que antes habían hecho ellos, es decir, equivocarme, sufrir las consecuencias de mis errores y predicarle a mis descendientes sin mucha convicción la conveniencia de que fuesen reflexivos. La verdad es que yo soy enemigo de dar consejos y a la gente demasiado joven me limito a recomendarle que no metan la mano en el fuego, que no hurguen en los enchufes con los pies mojados y que piensen que en un choque a pie contra el autobús, ellos llevarán siempre las de perder. Ni siquiera creo que un error sirva de escarmiento para no volver a cometerlo. Ni lo creo, ni estoy seguro de que eso sea recomendable. La verdad es que con el tiempo me he dado cuenta de que muchos de mis errores me dejaron maravillosos recuerdos que me enorgullezco de no haber evitado por culpa de reflexionar. Se suele elogiar la actitud de los héroes militares sin pensar que jamás harían lo que hicieron si en vez de temerarios hubiesen sido reflexivos. Naturalmente, del acierto de los héroes se aprovechan siempre los cobardes. Cosa distinta es que los errores conduzcan al remordimiento y que del remordimiento se derive la reflexión que cuaje a su vez en la contrición y en el arrepentimiento. En ése suele intervenir directamente la conciencia y es bien sabido que cada ser humano tiene la suya y procura amoldarse a ella, a veces sólo en el caso de que no sea capaz de modificarla. Los escritores de novela negra consiguieron sustituir la conciencia por el cinismo, de modo que el protagonista puede delatar a la mujer amada y enviarla a prisión sin el menor remordimiento, a veces persuadido de que la conciencia está hecha de una sustancia amoral y voluble y que después de la delación podrá dominar el riesgo de arrepentimiento prometiéndole a su amada que la esperará en la acera de enfrente cuando dentro de veinte años ella salga de la cárcel. Naturalmente, ella, si es como se espera que sea, sólo aceptará en el caso de que él la espere al otro lado de la calle con flores en la mano. A fin de cuentas, lo que les separó fue un error por culpa de entender mal el almanaque.