«Silencio de amor»: Callados estamos mejor

«Silencio de amor» no es tan distinta a la anterior película de Philippe Claudel, «Hace mucho que te quiero». Ambas están protagonizadas por personajes que se sienten desubicados, marcados a fuego por un trauma del pasado, y que intentan, mal que les pese, salir a flote, siempre entre las cuatro paredes de una burguesía culta y vagamente prejuiciosa. Pero lo trágico de la ópera prima de Claudel choca con el tono ligero, entre costumbrista y deshilachado, de esta pseudocomedia que parece incapaz de otorgar entidad dramática a ninguno de los conflictos de Alessandro (empático Stefano Accorsi) echando mano del humor o por defecto o por desesperación. Las vicisitudes de este profesor de música barroca, viudo y candidato a sempiterno soltero, son resueltas en escenas breves, que no dejan respirar ni al apuro ni al gag, y cuando se trata de profundizar en la relación más importante de la trama –la que Alessandro, torpe, mantiene con su hija adolescente– Claudel no sabe sacarle partido. La película tiene tiempo para los fantasmas, la tarantela, el anacoretismo antisistema (contra Berlusconi) y los gnocchis con queso, pero no busquen ideas de puesta en escena porque no las hay.

Lo mejor:
Anouk Aimée, como lúcida moribunda, aporta un punto de luz a esta gris y dispersa película
Lo peor:
Nunca da la impresión de que la tristeza del protagonista sea auténtica o profunda