Sexo
Abuelos
Benditos, benditos, benditos. La mayoría de los viejecillos con los que me cruzo son un encanto. A ellos no les ha pillado la crisis. Ellos, casi todos, ya estaban en crisis. Las pensiones bajas, los pisos altos y sin ascensor, la prisa arrasadora del mundo… de eso saben tanto. Afortunadamente, la edad tiene sus ventajas; si no eres un amargado compulsivo, los años te enseñan, te dulcifican. La relación con la enfermedad y con la muerte nos hace humildes. La conciencia de que la vida es un tigre que nos devora, que decía Borges, nos da tolerancia y comprensión hacia el prójimo. A mí me fascinan los viejos bondadosos, yo quiero ser eso cuando sea mayor. Sin embargo, creo que no les tratamos bien, que en este mundo jodido con tanto mercado y tanta confusión entre el valor y el precio, lo que ellos pueden darnos no corresponde con la querencia de los más jóvenes. Los mayores pueden dar sosiego y sabiduría, conversación y compañía, afecto y experiencia, alimento rico para el alma. Pero, ¿cuántos reparan en esa necesidad? ¿Cuántos se detienen a incluirlo entre sus deseos? Hoy vivimos más y somos jóvenes bastante más tiempo. Hoy a los sesenta y cinco, edad oficial como tercera, muchos están como chavales, y hacen deporte y peregrinan y se meten a estudiar. Algunos quieren seguir trabajando, ¿por qué no respetarlo? Las señoras abundan en risas y se apuntan a cualquier bombardeo donde haya emoción. Las veo en el teatro y me maravillan. Los abuelos deberían ser considerados patrimonio de la humanidad. Protegerlos de las fieras y no consentir que ni uno ande desvalido. Eso es progreso del bueno y no tanta maquinita loca.
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