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Ecopasotas
Un noruego puede estar ecofatigado de tanto reciclar. Un belga, ecodestrozado de tanto perseguir productos contaminantes. Pero, la verdad, no consigo figurarme a los españoles ni siquiera ecomolestos. Nuestro país lleva un desfase de veinte años con respecto a la sensibilidad ecologista europea media. Ya en los ochenta, estudiando en Alemania, servidora se sentía acosada por los colegas germanos por usar lavavajillas (¡contaminaba los mares!), desodorante (¡daba cáncer!) o gel (¡destrozaba el ph de la piel!). Regresé de Bonn ecodomesticada, y desde entonces estoy en una cruzada perdida. Nada hay más placentero aquí que pinchar las colillas en las macetas: se argumenta que la ceniza es estupenda para las plantas, incluido el filtro. A la gran mayoría le resulta imposible distinguir los cubos del reciclaje. Mete las bombillas con el vidrio y las bandejas de plástico del súper con el papel.
No, no, no, no es verdad que el español esté ecofatigado. El compatriota medio estruja el bote de fairy entusiasmado, cuanta más espuma, más limpieza. Se frota y refrota con desodorantes, pociones, autobronceadores y mixturas, sin mirar ni cáncer ni descamación; y, por supuesto, jamás sustituirá un gel de baño, oloroso y colorido, por un jabón de sosa con peste a grasa. Somos mediterráneos, y para los mediterráneos la belleza y el aroma van antes que el medio ambiente, la atracción sexual antes que la salud, la comodidad antes que el reciclaje. El pasado fin de semana, en una autovía ¡me calló en el parabrisas un pañal usado que un conductor no había tenido rebozo en tirar por la ventanilla! ¿Ecofatiga? Yo lo llamaría ecopasotismo.
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