Dopaje

El bipolar por Julián Redondo

La Razón
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Lance Armstrong ha amasado una fortuna personal de unos 95 millones de euros y ha recaudado cerca de 400 para la lucha contra el cáncer. Lo segundo es un trabajo monumental, plausible; lo primero, la consecuencia de un embuste colosal fríamente calculado y diseñado. Armstrong, el bipolar; para muchos, bueno y esperanza de vida; para otros muchos, perverso y malo. Pero sólo por el bien que ha hecho con la fundación Livestrong, quienes, falsos como él, le coronaron de laureles en Campos Elíseos, ahora no tendrían que humillarle.

Su patrimonio proviene de una carrera basada en el esfuerzo continuo y en las trampas constantes. Ha sido Travis Tygart, un compatriota suyo al frente de la USADA (Agencia Estadounidense Antidopaje), quien le ha desenmascarado y quien ha demostrado a la Unión Ciclista Internacional que su tolerancia cero es un eufemismo, una memez, como descojonantes son sus controles antidopaje. Pat McQuaid, el todavía presidente de la UCI, dio por fin la cara y ratificó la sentencia estadounidense que exige desposeer a Armstrong de los siete Tours. Pat le sanciona «de por vida» –¡pero si ya no corre!– y le expulsa del paraíso: «No hay lugar para él en el ciclismo» –¡pero si ya no corre!–.

Cuando corría, compraba voluntades, también de la UCI, si son ciertas las acusaciones de quienes han quitado la careta al «campeón», e imponía su criterio, también a la UCI, que ahora le sanciona fuera de plazo y le humilla cuando en su apogeo no se atrevió a rechistarle. Tal vez por eso una parte del ciclismo, activa y pasiva, calla. No es la «omertá» que dictó Armstrong, es por la desfachatez y desvergüenza de sus irresponsables dirigentes.