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10 diferencias entre afiliado y trabajador
Son los representantes de los trabajadores, pero su perfil difiere mucho de un asalariado medio. No se han adaptado a los cambios del mercado laboral.
Una de las primeras cosas que hizo Julen Basagoiti en 1995, cuando comenzó a trabajar en una empresa, fue afiliarse a un sindicato. Pensaba que en las relaciones laborales el trabajador siempre es el más débil y, por tanto, necesitaba defender sus derechos. Además, dice, era un poco más idealista que ahora y, para colmo, la empresa que le fichó no pasaba por un buen momento.
Finalmente fue despedido, pero no encontró los consejos que buscaba en la organización obrera. Se tuvo que buscar la vida, contratar un abogado y defenderse. Hoy Julen Basagoiti, que está en Gambia intentando hacer negocios, abrir nuevos mercados, tiene la experiencia de una intensa vida laboral. Tras su despido, fue contratado por otras empresas, ha llegado a ser director general, ha negociado con los sindicatos en frente, pero su perspectiva, años después, no ha cambiado: los trabajadores siguen siendo el elemento más indefenso dentro de una empresa.
Sólo hay un punto de sus ideales de juventud en el que ya no cree: los sindicatos no son el mejor modo de defenderse. Tampoco cree, por cierto, que sea verdad eso de que todos los empresarios sólo se preocupen de crear empleo y sean unos benditos. En todos lados hay malas excepciones, dice.
¿Defensa del empleo?
Julen es un caso particular y de él no se puede hacer categoría, pero sí que muchos trabajadores tienen la sensación de que los sindicatos no les representan o que no lo hacen como debieran. Para la huelga del jueves, tanto los funcionarios como los trabajadores de la Sanidad han asegurado que no van a parar. Y miembros del movimiento 15-M ya han dejado claro varias veces que las grandes centrales sindicales no son una voz autorizada o que no les han defendido como debían durante los largos años que está durando la depresión económica. «Durante esta crisis ha habido una gran destrucción de empleo de trabajadores que no eran afiliados. En la primera fase de la crisis, el 99% de los trabajadores despedidos fueron los no afiliados. Lo cual introduce un sesgo a la hora de valorar a los sindicatos. Los despidos se hicieron vía contratos temporales y por eso, de alguna manera, algunos trabajadores pueden considerar que los sindicatos no se han movido lo suficiente», explica Florentino Felgueroso, autor del estudio «¿Quiénes son los ‘‘insiders'' en España»?», de Fadea.
La crisis fue evolucionando y después de los colaboradores, temporales o recién llegados, han empezado a caer los trabajadores que llevaban más tiempo y a los que la empresa tenía que despedir con una indemnización más alta. Un retrato robot que, más o menos, coincide con el perfil del sindicalista más clásico en España. Normalmente un hombre mayor de 44 años, nacido en España, con más de seis años en una empresa grande y con contrato indefinido. O que trabaja en el sector público, tras conseguir sacarse una oposición. No todos los afiliados son así y en los últimos tiempos se han ido añadiendo mujeres, jóvenes e incluso una serie de autónomos que buscan asesoramiento, pero es cierto que aún predomina ese tipo de afiliado que hasta hace muy poco se sentía protegido en el mercado laboral que otro tipo de sectores, mucho más castigados por la crisis.
Diego García Diego fue abogado de Comisiones Obreras, no salió bien del sindicato y ahora ha montado un despacho propio, Novalys, cuyo fin es prestar asesoramiento jurídico de calidad y eficaz al menor coste. Él lo denomina servicio «low cost». En sus años como abogado del sindicato tuvo que defender varias veces a trabajadores que habían sido despedidos y pelear por ellos por una indemnización justa. Tenía una media de unos 30 juicios al mes. Ha visto el sindicato por dentro y por fuera: «Se rige por cuestiones de carácter político y empresarial. Es una organización con ánimo de lucro y, al igual que cualquier empresa, busca la mayor rentabilidad o viabilidad al menor coste con la diferencia, claro está, de que son organizaciones sindicales en las que debería presidir los intereses de sus afiliados y responder a lo señalado en sus fines».
El tejido empresarial español es un enjambre de autónomos, microempresas, de jóvenes emprendedores y pymes en las que la representación de los sindicatos es escasa porque, entre otras cosas, no están bien vistos. En un mercado laboral tan diversificado, con características tan diferentes es muy complicado que una sola organización pueda representar a todos los trabajadores. Al imaginario colectivo le cuesta asociar a los sindicatos con esos sectores de la sociedad.
Peleas por los delegados
El factor clave es que los sindicatos necesitan delegados para poder sobrevivir; y si quieren delegados tienen que ganar las elecciones sindicales y si quieren ganar las elecciones sindicales tienen que prestar más atención a los que van a votar. Para Felgueroso, «los sindicatos se fijan en colectivos en concreto: grandes empresas, de más edad y ellos mismos controlan los que votan y los que no votan. Que voten los afiliados más que los no afiliados. Somos muchos en el mundo laboral, hay jóvenes, personas de mediana edad, mayores... y ellos se fijan en el grupo de personas que más votos le da. Eso que sucede es algo racional».
Al acercarse a los más afines, desde otras zonas del mercado laboral, como pueden ser los más afectados al principio de la crisis o los pequeños empresarios, los ven como un elemento más de un sistema económico que no cuenta con ellos. Demasiado endogámicos, sin preocuparse de todos los trabajadores. Según el estudio de las Fundación Alternativa, hasta un 30% de los trabajadores, por diferentes motivos (porque las elecciones son cada cuatro años, porque no hay representación sindical, porque no llevan tiempo suficiente...) no pueden votar en las elecciones sindicales y, por tanto, no se sienten representados por los líderes de los trabajadores.
En parte es culpa de los sindicatos, que no se han sabido vender y en parte, según el profesor Köhler, es cosa de los medios de comunicación: «El deterioro de la imagen de las organizaciones políticas se asocia al de los sindicatos porque los ven muy cerca de ellos, negociando o participando en aspectos políticos y no se ve su papel en los centros de trabajo».
Sin embargo, según las últimas encuestas, la valoración de los sindicatos entre los jóvenes ha aumentado y también entre quienes trabajan en empresas que tienen un convenio colectivo. Quizá el cambio de la estructura de los sindicatos españoles solamente sea cuestión de tiempo. «Como todas las grandes organizaciones notan los cambios y van un poco a remolque con cierto retraso en términos de afiliación frente al cambio estructural del mercado. Cambiar una organización grande cuesta. Existe mucha inercia, muchos intereses establecidos y para nuevos colectivos es más difícil abrirse paso», continúa el profesor Holm-Detlev Köhler, que junto a José Pablo Calleja Jiménez ha estudiado la transformación de las organizaciones sindicales.
En la manifestación del 11-M, los sindicatos probaron la respuesta que su convocatoria tenía en la calle y confían que la huelga del próximo jueves sea exitosa. «En España –explica Köhler–, donde existe una sociedad civil con un asociacionismo muy poco articulado, los sindicatos son las organizaciones de mayor afiliación». Frente a las críticas que dicen que España es el país donde la afiliación sindical (19,9%) es pequeña comparada con el resto de Europa, lo cierto es que en España, los afiliados a las organizaciones de trabajadores crecieron más que en otros países en los últimos años y en esta época de crisis, a diferencia también de Europa, los afiliados han descendido menos.
«El problema de España», acaba Julen desde África, «no es de sindicatos o patronal. Es de productividad. Aunque es verdad que si tengo que contratar a alguien, me vienen bien las nuevas leyes».
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