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Andalucía no se vende
Los funcionarios andaluces han abierto un agujero por el que se empiezan a colar las frustraciones de Andalucía de estos últimos treinta años. Por ese agujero de insumisión y libertad se desangra simultáneamente de manera impotente un régimen político que manifiesta su desbordamiento y perplejidad por una circunstancia tan desconocida como ésta. ¿Qué han hecho mal en la Junta, por qué estos trabajadores no se dejan comprar? Resulta paradójico que hayan tenido que ser los funcionarios, la parte más estable y menos propensa al cambio del sistema, los que se hayan atrevido a liderar un movimiento de resistencia y oposición que hasta ahora no habían ejercido con semejante decisión y contundencia ni sindicatos, partidos ni cualquier otro sector de la sociedad civil andaluza. Ellos solos han conseguido enfrentarse al unísono y sin miedos, no únicamente a un partido o a un gobierno, sino a un estado de cosas y de ensimismamiento general del que históricamente han venido formando parte los estamentos que debieran haber actuado como guardianes de la neutralidad y la convivencia. Por eso precisamente gozan hoy de las simpatías generales de los demás. Porque de alguna manera han logrado extender la íntima convicción de que nos representan a todos y de que con su lucha se oponen frontalmente al beneficio ventajista de unos cuantos en detrimento del general. Los funcionarios no sólo se defienden de un decreto sino que, sobre todo, se defienden de una actitud: la de la arbitrariedad, la imposición y el compadreo que hasta ahora han venido siendo instrumentos habituales en el ejercicio del poder. Llevan razón porque no se han dejado comprar y porque ese viejo equilibrio entre la oferta y la demanda del mercado no les compensa en tiempo de crisis el precio que estarían dispuestos a pagar. Llevan razón porque son conscientes de que la revolución ruidosa que han iniciado goza de la cualidad de que en cualquier momento provoque un contagio masivo que se extienda como la pólvora por los lugares más insospechados. Por eso, cada caso de corrupción que se conoce y publica solivianta aún más los ánimos porque no vienen sino a confirmar la generalizada situación de atropello en que vivimos. Por eso, cada vez que el poder les acusa de dejarse manipular por oscuros intereses, se alimenta aún más su capacidad de rebeldía. No estábamos acostumbrados, y una sociedad adormecida y conformista ha despertado entre las sombras descubriendo que es posible decir no. Hoy muchos, que les miran desconcertados, están deseosos de poder acompañarles en ese sencillo grito de libertad que han logrado instaurar: An-da-lucía no se ven-de.
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