Crítica de cine

La Celestina alcahuetea en Madrid

Se apropió de una obra que no era suya con sus frases geniales. La alcahueta de Fernando de Rojas llega con el rostro de Gemma Cuervo en la versión que dirige Mariano de Paco

Olalla Escribano (Melibea) y Gemma Cuervo (Celestina), en el montaje
Olalla Escribano (Melibea) y Gemma Cuervo (Celestina), en el montajelarazon

Hay pocos personajes capaces de devorar a sus continentes, de fagocitar las tramas y los temas hasta el propio título. Quizá Celestina, articulizada en «La Celestina» con el paso de los años, sea el mejor ejemplo. La vieja alcahueta creada por Fernando de Rojas, zurcidora de hímenes de desvirgadas, bruja con pócimas para el enamoramiento, correveydile y proxeneta, no era sino un personaje de «Tragicomedia de Calisto y Melibea». Pero devino en una creación tan poderosa que la justicia del tiempo la ha elevado. Esta semana llega a Madrid una nueva versión escénica de «La Celestina», dirigida por Mariano de Paco Serrano y recortada y adaptada por el dramaturgo y productor Eduardo Galán, que ha reducido a un par de horas de montaje el texto. «Estaríamos, si no, hablando de un espectáculo de cinco horas y que habría que ver con el diccionario en la mano», matiza el director. En escena, Alejandro Arestegui (Calisto), Olalla Escribano (Melibea) y Juan Calot (el criado Sempronio), entre otros. Y, sobre todo, la voz y el gesto de una veterana de nuestros escenarios, Gemma Cuervo, que vibra hasta las lágrimas, aunque estemos sentados en el hall de un hotel, cuando de su boca sale un parlamento como «Nadie es tan viejo que no pueda vivir un año más, ni tan joven que no pueda morirse hoy mismo».

Al contrario que en otras representaciones, esta Celestina es sofisticada, casi se diría que elegante. Así lo explica Gemma Cuervo: «Era una superviviente de la época. A una mujer como ella le debió costar muchísimo vivir en plena Inquisición, mucho más con los oficios a los que se dedicó. Fernando de Rojas no explica por qué lo hacía. Supongo que por miseria. Pero ella ha tenido ya un recorrido de vida. Ha aprendido a hablar de forma culta, aunque también obscena. Incluso, en su aspecto físico, no lleva delantales y trapos ásperos. Entra en los palacios por la puerta principal». Y añade la actriz que «Mariano y yo la fuimos construyendo así, diferente a las Celestinas que había. Y luego descubrimos que Picasso pintó una parecida, con un abrigo, el pelo recogido y un velo. Coincidimos con él, no con los demás autores que han hecho de ella una mujer muy basta».

Una mujer de altura
El director cuenta sobre esta aproximación al personaje que parte «de ese icono que tenemos todos. En el Bachillerato hemos leído "La Celestina", aunque de una manera bastante superficial. Ese icono previo de la Edad Media estaba ahí: una Celestina oscura, encorvada, que casi se va arrastrando, desdentada, más parecida a una rata de alcantarilla que a una mujer. A partir de la lectura del texto, me asaltan una serie de claves: Celestina era eso en sus inicios, pero es mucho más. Tiene altura de gran mujer, capacidad dialéctica como no he encontrado en otro personaje de la literatura, sofisticación física. Es una Celestina urbanita: vive pegada a Melibea. Las mujeres a las que ella les cose los virgos no son prostitutas del suburbio, sino damas de la corte». Es, por tanto, «una señora de lo oscuro, pero cuando ella quiere. Por eso el concepto plástico de la puesta en escena es blanco, como un folio por escribir que los actores van rellenando».

Tras una carrera en la que se suceden títulos como «Don Juan Tenorio», «La dama del alba», «Bodas de sangre» o «La importancia de llamarse Ernesto», Cuervo llega a un papel que necesita de una actriz con poso y tablas. «No debía haberlo hecho antes. Ahora tengo la edad. Me hubiera tenido que disfrazar de mayor, que siempre es un fraude». Y añade con una risa: «No quiero decir que haya que tener la edad exacta para hacer un personaje, pero, como decía aquella actriz: "¡Veinticinco años haciendo la Nuri... y ahora me la quitan!"».

En el debate sobre el género al que pertenece el texto de Fernando de Rojas, una suerte de novela dramatizada, Cuervo es rotunda: «No es teatro, no hay estructura teatral. ¡Que la hagan y luego digan que lo es! Es una sucesión de escenas que no permite tomar aliento. Se concibe la estructura teatral a través de la dirección, de la adaptación y de los actores».
En cualquier caso, una comedia que acaba como el rosario de la aurora: «Los clásicos son muy listos, nos advierten de las cosas –dice la actriz–. Calisto es un torpe, incontinente en su impulso. Cuando termina de hacer el amor, oye un ruido, pisa mal la escalera, se cae y se mata: termina como ha vivido, torpemente». Como la propia alcahueta, aunque por otros motivos: «Yo acabo muy mal por la avaricia. No le doy nada a Sempronio ni a Pármeno, aunque me han ayudado a que la honestidad de Melibea se la dé a Calisto. Muero acuchillada, como debe ser». Y Mariano de Paco aporta una idea: «Hay comedia y tragedia porque hay vida, y uno de los elementos que identifican a esta Celestina en concreto es la vida, que es trágica y cómica, no va sólo por un camino. Y luego hay algo maravilloso, que viene de Fernando de Rojas, que es la ironía trágica. Esos personajes, sin ser conscientes de ello, van adelantando su propio futuro». Y matiza Cuervo: «La comedia viene por la parte de Celestina, que es muy divertida... porque lo obsceno siempre lo es».

Un papel para grandes actrices
Codiciado y recurrente, el papel de Celestina ha tenido numerosas versiones en nuestro país a lo largo de las décadas. Requiere una actriz veterana y de talento, capaz de hacerse con una mujer que es todo genio. En los últimos tiempos, las de más repercusión fueron las de Nati Mistral, en 1999, dirigida por Joaquín Vida, y la de Nuria Espert, en 2004, a las órdenes de Robert Lepage (a la derecha, una foto del fotógrafo Sergio Parra con Espert caracterizada). Aunque ha habido otra Celestina, ésta en cine, que hizo popular al personaje entre muchos jóvenes que ni conocían el libro: la de Terele Pávez (arriba), en la película de 1996 de Gerardo Vera.

Cuándo: desde hoy hasta el 28 de octubre. Dónde: Teatro Fernán-Gómez. Madrid. Cuánto: de 16 a 20 euros. Tel. 91 436 25 40.