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Como agua masturbada

La Razón
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Como yo lo recuerdo ahora, el mundo de mi infancia era algo que ocurría de una manera elemental, lleno de emociones y de instintos, cercano y hormonal, como si incluso la ropa de abrigo estuviese desnuda. Todo tenía alguna clase de aroma o de olor porque no había nada que no produjese alguna emanación. Las fruterías olían en la calle con la puerta cerrada, en septiembre al sexo se le excitaban los pies con el aroma de la vendimia y el agua de los ríos bajaba limpia, deletreada y descalza. Cuando yo era niño, los soldados del cuartel de infantería llevaban las mulas a que abrevasen en las aguas del río Sar y yo me apostaba en la maleza a escuchar cómo juraban los militares mientras las hembras escalfaban su sexo incandescente en los labios de la corriente. Me resultaba excitante aquella mezcla de sexo y vulgaridades, el calor fisiológico de las mulas y la incontinencia verbal de los soldados. Hasta descubrir aquellas estivales tardes de agua con mulas a mí me parecía que mi vida sexual se reduciría a untar la boca en el flujo casi vaginal de las sandías, en aquella pulpa roja por la que yo imaginaba que un día podría entrar con la cabeza meada y los ojos abiertos al interior de una mujer carnal, obscena y malograda. Después los soldados retiraban las mulas del río y regresaban caminando en columna a su cuartel . Y yo los seguía un buen rato pisando sobre el agua que escurría en las pisadas de las mulas, que a mí me parecía que era un agua lúbrica y amoral, el agua cruda y sobada que goteaba como sexo en calderilla desde el gineceo piloso de las mulas y se extendía por el suelo como una gigantesca ameba de membrillo y mercurio en la que saciaban luego su sed los apaleados perros de la calle. Al final perdía el paso de los soldados y de las mulas, desandaba el camino hasta el río, entraba desnudo en él, entornaba los ojos y con el mosto del sol sobre los hombros imaginaba que la vida sería siempre aquello, sólo aquel instante, la bendita sensación de llenarme del olor de las ingles de las mulas y esperar a que el mundo se esfumase a mi alrededor mientras sentía pasar entre mis piernas aquel río por el que bajaba en tropel aquel agua desnuda, caballar y masturbada.